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Si hay algún resentimiento debe olvidarse, sobre todo si, como presumimos, no ha sido por cosa grave. ¡Que se besen! gritaron con más fuerza los comensales. No hubo más remedio. Castro y Alcántara se apoderaron de la Amparo, Ramón y el conde de la Socorro y las fueron aproximando casi a viva fuerza, no sin que ambas protestasen, sobre todo Amparo, que se defendía con energía.

Eso sólo se permite una vez, y no olvide usted que cuando yo quiero que me besen la mano, comienzo por darla voluntariamente... Ya no hay más música; se acabó. Vamos a entretener al niño para que esté quietecito.

Reid la carcajada de la felicidad, soltad vuestras campanas, que repiquen a gloria, que suenen alegría, que lleguen sus tañidos a esta mansión dichosa, que besen vuestras almas con sus sueños de rosa.

¡Oh, España! ¡Porque en tu alma nos enlazas, Que te troven su amor todas las razas! ¡Y pues sus grandes gestas altaneras Creó el mundo al calor de tus leones, Que te echen flores todas las naciones, Y que te besen todas las banderas!

No se extinguió en los aires vuestra palabra amada; no faltan labios jóvenes que besen vuestra cruz; y la legión de apóstoles por vos fructificada no olvida al que en la noche cayó pidiendo luz. Luz para las conciencias, para las almas todas; luz para el ara triste del olvidado altar; que aquella vuestra lámpara que se apagó en las bodas iluminó, estallando, el alma popular.

Ricardo, mirándola con sonrisa burlona, le dijo: ¿Qué es eso, señorita? ¿Qué es eso? ¿Se avergüenza usted ya de que le besen una mano cuando no hace todavía cuatro meses que la besábamos todos en la mejilla?... No paso por ello... De ningún modo paso por ello...

Creemos que la ciencia no se encuentra todavía en estado de dar una explicación satisfactoria a este enigma. Aquello fue un vértigo, un delirio; más de diez minutos duró el estrépito, mientras Euterpe y Talía permanecieron estrechamente abrazadas. Cuando empezó a sosegarse el tumulto se oyó uno voz que dijo: «¡Que se besenAl parecer, quien lanzó este grito fue un periodista de Lancia.

La Socorro se hizo la indiferente inspeccionando la mesa. Que se besen volvió a decir el coro. Oíd, preciosos, ¿nos habéis traído para reiros de nosotras o a darnos de cenar? dijo la Amparo cada vez más irritada. Castro trató de calmarla. No hay motivo para enfadarse, Amparito. León, lo mismo que yo y todos los demás, desearíamos que los que nos sentemos a cenar fuésemos buenos amigos.