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Actualizado: 29 de octubre de 2025
¿Cómo puedes imaginar que no haya pensado en ti, hija mía, en ti que siempre has sido para Magdalena una hermana tan cariñosa y tan adicta? Considerando que Amaury posee una fortuna cuantiosa y más que suficiente para él te lego en mi testamento para después de mi muerte todos mis bienes y desde hoy mismo todos los de mi hija. Antonia hizo un ademán, como queriendo rechazar donación tan generosa.
Antonia, acercando sus labios al oído de Avrigny le dijo en voz muy baja: Está usted celoso, tío. ¿Yo? exclamó el doctor. Sí afirmó la joven y esos celos llegan a hacerle obrar mal. ¡Dios de bondad! exclamó el doctor inclinando la cabeza con profundo abatimiento. Yo creía que sólo Tú, con tu omnisciencia infinita, conocías mi secreto. ¿Acaso hay en ello algo que pueda causar horror?
Antonia hizo ademán de retirarse en el acto, pero comprendiendo que, si se marchaba de aquel modo, parecía rehuir la presencia de Leoville como si se sintiese pesarosa de su dicha, se detuvo y volviendo la cabeza le dijo, sonriendo de un modo encantador: ¿Es usted feliz ya, Amaury? ¡Mucho, Antoñita!
Ya le conoces por haberle visto aquí muchas veces y sabes que es noble, elegante, inteligente e instruido. El doctor calló, esperando la respuesta de Antonia; pero ésta permaneció muda, como perpleja y avergonzada, mientras Amaury la miraba emocionado, porque para él también revestía excepcional interés lo que ella contestase.
Bajó el joven en seguida, y al verle entrar el padre de Magdalena se adelantó hacia él con los brazos abiertos, exclamando: ¡Gracias, hijo mío! Ya confiaba yo en ti y sabía que no me equivocaba al contar con tu valor. Amaury respondió a esta lisonja con un triste movimiento de cabeza, y sonriéndose con amargura se disponía a replicar cuando entró Antonia, llamada también por su tío.
Cuando Antonia se quedaba en su cuarto y Amaury preguntaba por ella, bastaba aquella simple muestra de interés debido a la amistad para provocar una respuesta agria y desabrida. Cuando Antonia estaba presente y a Amaury se le ocurría mirarla, poníale mala cara Magdalena, y le hacía bajar con ella al jardín.
Antonia, débil mujer, no podía contener los sollozos que la ahogaban. Transcurrió la ceremonia en medio de aquellas tres penas manifestadas de un modo tan diferente. Terminó el sacerdote su triste misión acercándose a Magdalena, que, incorporada, con las manos cruzadas y los ojos alzados al cielo recibió en sus secos labios la sagrada hostia.
Con estas aldehalas, unas consumidas en la casa y otras vendidas por la sirviente, iban sosteniéndose Jaime y madó Antonia en la soledad del palacio, aislados de la curiosidad pública, como dos náufragos perdidos en un islote. Las ofrendas en especie se retrasaban cada vez más.
Levantose el doctor y poniéndole la mano en el hombro, le dijo: Vamos, Amaury; sé hombre. ¡Amaury! ¡Hermano mío! dijo Antonia tendiéndole la mano. Pero el corazón del joven, rebosante ya de hiel, tenía que desbordarse y su dolor, contenido hasta entonces, hizo explosión de pronto.
Ahora es usted quien se engaña replicó Amaury, pues no puede usted ser pobre, siendo la sobrina, del doctor Avrigny, y la hermana de Magdalena. Cuenta usted, Antonia, con doscientos mil francos de dote, y en estos tiempos, ese capital, representa, muchas veces, el triple de la fortuna de las hijas de algunos pares de Francia.
Palabra del Dia
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