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Actualizado: 29 de octubre de 2025


Veía a la siñá Antonia, la madre de la costurera, tal como era quince años antes, cuando Micaela iba de visita a su portería para charlar como antiguas amigas.

Antonia Martínez de Cervantes «física y cirujanala cual por escritura pública ante Juan García á 11 de Diciembre de 1450, obligóse á curar en doce días á Pedro de Ortuño de la finchazón que tiene en su cuerpo e piernas e del figado e bazo e estómago ... etc.

Al bajar del ómnibus, mi mujer y yo nos cruzamos algunas palabras: una de las señoras que esperaban sin duda algun amigo ó algun pariente, se acercó á nosotros y nos preguntó con el mayor afecto si eramos españoles. Es de Zaragoza, hace cuarenta años que vive en Francia, se llama doña Antonia, está casada con M. Houzé y vive en Passy, calle Mayor, núm. 38.

La impresión de Amaury al entrar en el salón fue profunda. Antonia estaba sentada en el mismo sitio donde acostumbraba sentarse, pero también era donde se sentaba Magdalena.

Más allá marcábanse en el horizonte las alas blancas de una goleta que venía hacia Palma lentamente, como una gaviota fatigada. Entró madó Antonia, dejando sobre la mesa un tazón humeante de café con leche y una gran rebanada de pan cubierta de manteca. Jaime atacó el desayuno con avidez, y al mascar el pan hizo un gesto de desagrado.

Aquí estoy dijo Antonia, siguiendo a Magdalena y cerrando tras la puerta del tocador. ¿Qué le pasará hoy a Magdalena? exclamó Amaury, exteriorizando su pensamiento en voz alta. Es que sufre respondió alguien detrás de él. Tantas y tan repetidas emociones le producen fiebre y la fiebre la trastorna.

Al terminar el baile que hacía el número cuatro, es decir, el anterior al vals que tenía comprometido con Amaury, Antonia fue a sentarse al lado de su prima para hacerle compañía hasta que la orquesta preludiase los primeros compases de la próxima danza.

Antonia fue a juntar las manos, como momentos antes, invocando otra vez la Sangre de Cristo, tan venerada en Palma; pero de pronto se dilataron las arrugas de su rostro moreno, y rompió a reír... ¡Qué señor tan alegre! Lo mismo que su abuelo. Decía las cosas más estupendas e increíbles con una seriedad que engañaba a las gentes. ¡Y ella, pobre boba, que había creído tales bromas!

Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con Antonia, la vieja madó Antonia de ahora, que era entonces una mujerona fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda la payesía.

¿Que estás indispuesta, , con tal brillo en esos ojos y tal animación en esa tez? ¿Pues cómo estaré yo entonces, con esta palidez en el rostro y este cansancio en los ojos? Señorita dijo entonces la modista, ya está arreglado el vestido. ¿No querías que te ayudase? preguntó Antonia con timidez. ¿Qué hacemos? Dime.

Palabra del Dia

reclinándose

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