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Actualizado: 29 de octubre de 2025


»Me pregunta usted, Antonia, qué me pasa... ¿Qué quiere que yo le diga? ¿Debo entristecer con mis penas un corazón que con toda sinceridad se rebela abiertamente contra la soledad que le hiela y manifiesta deseos de compartir la vida de otro corazón que sienta lo que siente él?

A medida que el tiempo pasaba y se acercaba el vals que Antoñita había prometido a Amaury, la pobre niña miraba a Magdalena con inquietud manifiesta. Más de una vez chocaron sus miradas con las de ella y cuando esto sucedía Antonia inclinaba su cabeza al mismo tiempo que en los ojos de Magdalena brillaba el fulgor de un relámpago.

Hubo de saber María Antonia Fernández que D. Manuel Alvarez había terminado tan linda obra y resolvió adquirirla a toda costa para , como lo realizó en efecto, pagándosela bien al escultor, el cual no quiso ni pudo negarse a ello. La Caramba, aunque ya sublimemente enamorada de D. Jacinto, distaba mucho aún de haberse convertido.

Así se explicaba María Antonia que D. Jacinto, severamente, sin amor y en cumplimiento de deberes impuestos por su nobleza, se hubiese al fin casado. Esto discurría para disculpar a su amigo, pero se afligía de no verle, de no conversar con él y de la soledad y del abandono en que la había dejado.

Doña Antonia andaba siempre con las llaves de una parte á otra, ya en la repostería, ya en la despensa, ya en la bodega del aceite, ya en la del vino, ya en la del vinagre. La casa tenía todo esto, como casa de labrador, á par que de señores, pues D. José, al trasladarse á la ciudad, había traído á ella muchos de sus frutos para venderlos con más estimación y darles más fácil salida.

Don José y Doña Antonia, que estaban en Babia, nada sabían de los disgustos y cuidados del Comendador. Lucía los sabía á medias; distando infinito de presumir, á pesar de sus hipótesis, que Clara estaba ligada á su tío con vínculo tan natural. Los criados de la casa y el público todo seguían desorientados en punto á D. Carlos de Atienza.

Quien en una noche terrible y suprema como aquélla haya velado a su hija o a su madre comprenderá lo que nosotros no sabríamos explicarle; y aquellos a quienes su buena fortuna no haya puesto en tales trances pueden bendecir a Dios por no verse en el caso de tener que comprenderlos. Amaury y Antonia no apartaban su mirada del doctor.

De este modo sorprendioles la noche cuando ellos imaginaban no haber pasado juntos sino muy pocos instantes. De su arrobamiento vinieron a sacarles Antonia y el doctor que aparecieron cada uno por su lado y se acercaron a ellos sonriendo.

Se abrieron luego las nubes y abundante lluvia, un verdadero diluvio, empezó a caer sobre la tierra. No había coche ni silla de manos en que irse, y María Antonia Fernández, alias La Caramba, se refugió en la iglesia de Capuchinos del Prado, donde se celebraba en aquel momento una solemne función religiosa. Predicaba fray Atanasio, predicador tan elocuente como severo.

¿Y a dónde se marcha usted? preguntó Antonia con acento de tristeza. ¿A Italia? ¡Oh! ¡Italia! ¡Italia! exclamó Amaury estremeciéndose. Allí debíamos ir ella y yo. ¡No! ¡no! ¡De ningún modo!

Palabra del Dia

reclinándose

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