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Actualizado: 5 de junio de 2025


Si no pienso engañarte... Lo que Amalia me ha dicho afirmó Jacinta con súbita ira, llena de dignidad, poniéndose en pie y afianzando con un gesto admirable su aseveración , es verdad. Yo digo que es verdad y basta. Grave y mirándola a los ojos, el anarquista replicó en tono muy seguro: «Bueno, pues es verdad. Yo te declaro que es verdad». ii

Otra de las particularidades de aquél era el tutear a todo el mundo, grandes y chicos, señoras y caballeros. ¡Yo! exclamó la dama. ¿Y por qué soy el perro del hortelano?... Sepamos. Pues decía Amalia que ni querías comerte la carne ni permitir que la coma D. Santos. ¡Vamos! ¿Quieres callarte, embustero? dijo la señora, medio irritada, medio risueña, dándole un pellizco.

La dejó caer con afectada indiferencia sobre la mesa de noche; mas luego que el criado se fue apresurose a cogerla y la abrió con visible agitación. Aunque hacía ya cerca de dos años que duraban sus relaciones con Amalia, nunca abría carta de ésta sin que le temblasen las manos. Verdad que se escribían poquísimas veces.

Había rogado a Amalia que las suprimiese; pero no le hizo caso alguno. Y él se consideraba absolutamente incapaz de oponerse a su voluntad. Pasó la mañana nervioso, alterado. Para calmarse dio un paseo a caballo; llegó hasta la Granja; pero volvió al cabo con la misma intranquilidad que había salido. Cuando llegó la hora señalada salió de casa y tomó la calle de Cerrajerías.

Pero todo era flores comparado con lo que le esperaba. Cinco meses después de comenzadas sus relaciones, un día le anunció Amalia que creía hallarse en cinta. Se lo dijo con la sonrisa en los labios, como si le noticiase que le había tocado la lotería. Luis sintió un vértigo de terror, quedó pálido, la vista se le turbó como si fuese a caer.

Un día anunció que iba a pasar seis u ocho en sus posesiones de Onís: Amalia le hizo signo negativo con la cabeza, y desistió de su viaje. ¿Por qué? ¿Con qué derecho contrariaba sus determinaciones, se introducía en su vida y la gobernaba? No lo sabía, pero experimentaba sensación gratísima al obedecerla.

¿Crees ?... preguntó María Josefa para tirarle de la lengua. ¡Madre!... ¿Eres tonta, mujer? ¿No conoces a Amalia como yo? ¿Y qué tiene que partir Amalia en el matrimonio de Luis? preguntó Jovita, que en su calidad de soltera, aunque hubiese cumplido los treinta y dos, le convenía hacer patente su candor. ¡Ay!

Despacio, Amalia, despacio apuntó Saleta con su voz clara, tranquila. Yo he recogido en el portal de mi casa, hace ya muchos años, hallándome en Madrid, un niño que venía envuelto en muy toscos pañales. Al cabo de algún tiempo averiguamos que era hijo de una elevadísima persona que no puedo nombrar. Todos los ojos se volvieron con sorpresa hacia el magistrado gallego.

Siguió frecuentando el trato de Amalia y mantuvo con ella en apariencia las mismas relaciones amistosas, mas a despecho suyo, sin darse ella misma cuenta, había unas veces en su actitud, otras en sus ojos, otras en su acento, un leve dejo amargo y desdeñoso que no pasó inadvertido para la penetrante valenciana.

Don Alfonso érale antipático, porque su imagen estaba asociada a la horrible pena que la infeliz sufría. Aquella mañana fue con Barbarita a casa de Eulalia Muñoz, que vivía en la Calle Mayor, a ver la entrada del Rey. Amalia Trujillo la tomó por su cuenta, y la estuvo adulando antes de darle el gran susto.

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