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Actualizado: 5 de junio de 2025


¡Madrina! ¡ven, madrina!... Mira, Paula y Concha me han cortado el pelo. Amalia avanzó algunos pasos por la estancia y, evitando la mirada de la niña, fijó los ojos severos en su cabeza, y dijo con imperio y frialdad: No está bien así. Córtelo usted al rape. Y se alejó con la frente fruncida. Josefina, atónita, la siguió con los ojos.

A casa de María Josefa Hevia y de las de Mateo solía ir por la mañana, sin detenerse mucho, dando una vuelta para enterarles de lo que se decía o inspeccionar sus labores. Alguna noche iba también a casa de las señoritas de Meré. ¡Aquí tenemos al conde! exclamó con su peculiar entonación afeminada. ¡Ay, qué condecito tan guasón! ¿Pues? preguntó éste acercándose. Pregúntaselo a Amalia.

Despejose al oír esto la fisonomía del caballero. Brilló un rayo de alegría en sus ojos y dijo tomando de la mano a su ex-querida y atrayéndola hacia el pobre sofá de paja que allí había. Sentémonos, Amalia.

Cuando llegó a ser su confidente puede decirse que halló una verdadera mina. Amalia pagaba con largueza sus servicios que, en realidad, bien merecían recompensa extraordinaria.

Luis y Fernanda comenzaron a verse aquí una o dos veces por semana. Lejos de la mirada fulgurante de Amalia, aquél se encontraba a gusto, recobraba su serenidad. Hablaban larguísimos ratos en voz baja, sin que nadie les molestase; al contrario, la Niña tenía buen cuidado de proporcionarles ocasión y espacio suficientes.

La dama manifestó que, debiendo levantarse temprano para estudiar sus lecciones, necesitaba más sueño. No se dio aquél por convencido. Comprendía que se trataba de una ruin venganza; pero tuvo la prudencia de callar, temiendo mayor daño. A Amalia se le ocurrió entonces herirle de modo más directo.

Se puso en pie y abriendo la puerta cuchicheó un instante con Jacoba, que estaba fuera de centinela. Al cabo de pocos minutos la obesa medianera abrió otra vez la puerta cautelosamente y les entregó la niña dormida. Amalia se sentó, haciéndola descansar en su regazo.

Mira, condecito, ahora debes ir a sentarte a su lado. Ya verás cómo no se levanta entonces dijo Manuel Antonio. , , debe usted ir, Luis apoyó María Josefa. Vamos a ver una cosa curiosa, a decidir si está o no enamorada de usted. ¿Verdad, Amalia, que debe ir? , me parece que debe usted sentarse a su lado dijo la dama. Su voz salió apagada y temblorosa.

Apoyó los codos sobre las rodillas y metió la cabeza entre las manos. Al cabo de largo silencio la levantó diciendo: Bueno, ¿y qué exiges de ? Amalia dio un paso para acercarse. Lo que ya debes de suponer, si es que te queda un poco de sentido común.

¿Qué se habla de D. Santos? preguntó un caballero muy corto y muy ancho, de faz mofletuda y violácea, acercándose al grupo. El conde y Amalia no supieron qué responder. Se decía que D. Santos tenía pensado llevarnos un día a su posesión de la Castañeda y darnos un banquete manifestó Manuel Antonio con desparpajo. No; no era eso repuso el hombre rechoncho con forzada sonrisa. tal.

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