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Actualizado: 5 de julio de 2025
Apenas se había cerrado la puerta tras el barón, Amalia hizo traer la niña a su presencia. ¡Venga usted acá, señorita, venga usted acá! ¡Cuánto tiempo ya que no nos hemos visto! ¿Cómo lo ha pasado usted? ¿Le ha ido a usted bien? El barón es muy galante con las damas, ¿verdad? La niña lanzó un grito penetrante. ¡Ay mi oreja!
Sin darse cuenta de lo que hacía salió de casa y casi a la carrera tomó la carretera de Lancia, llegando a ésta en pocos minutos. Aquel vago y terrible presentimiento que sentía realizábase al fin. Amalia se vengaba ferozmente. El sentido oculto de la carta era ése: se dirigían a él como padre de Josefina y causa de su desdicha. No sabiendo qué partido tomar, fue a su casa para reflexionar.
Cuando observaba que iba adquiriendo aplomo le disparaba repentinamente alguna maliciosa insinuación que de nuevo lo atortolaba, lo dejaba confundido y ruborizado. Vamos, conde, a que cuando usted me vio dijo para dentro: «Amalia está enamorada de mí: no pudo resistir al deseo de venir a visitarme.» ¡Amalia, por Dios!... ¿Qué disparate está usted diciendo?... ¿Cómo me había de atrever...
Se parece a tí murmuró el conde con tan blando acento que apenas si llegó a los oídos de su amante. Aún más a tí respondió ésta en la misma voz apagada. Luego, por un movimiento simultáneo, ambos volvieron la cabeza y se miraron larga, intensamente, con amor. Te adoro, Amalia dijo él. Te quiero, Luis respondió ella.
La niña fue a ponerse detrás de una silla; desde allí, perseguida por Amalia y por Concha, corrió alrededor de la mesa; por último, se refugió detrás del mayordomo. ¡Manín! ¡Manín, por Dios me escondas! Pero éste la sujetó por un brazo y la entregó a la señora. Tomáronla cada una por una mano y la arrastraron, apesar de sus gritos penetrantes. ¡A la cueva no! ¡A la cueva no! ¡Madrina, perdón!
El conde de Onís paseó una mirada de extravío por ellos, se dirigió al sitio donde yacía Josefina, alzola del suelo y, con ella en brazos, trató de abrirse paso. Amalia se le puso delante. ¿Adónde va usted? Y quiso arrancarle la niña.
Amalia la recibió cordialmente, pero mostrando cierta sorpresa e inquietud que Micaela no observó. Entraron en materia enseguida. La cuestión de trapos embargó por completo sus espíritus. Amalia llevó a su amiguita hacia el balcón. Pero no habían hablado muchas palabras, cuando ésta creyó percibir un débil gemido en la misma estancia.
Tres años después contrajo de nuevo matrimonio con Amalia, dama valenciana algo emparentada con él. Apenas se conocían. D. Pedro la había visto en Valencia cuando ella contaba catorce años. El matrimonio que se realizó diez años después pactose por medio de cartas, previo el cambio de retratos.
Antes de llegar a ella, Micaela, que la seguía atentamente con la vista, observó que llevaba los ojos cubiertos de lágrimas. Amalia reanudó la conversación de trapos. No se habían pasado tres minutos cuando llegaron al gabinete, lejanos y apagados, los gritos de la niña. Micaela se estremeció; inclinó la cabeza hacia la puerta para escuchar mejor.
Fueron recorriéndolas todas. A Amalia le placía aquel aspecto de remota antigüedad. ¡Cuántos seres habrían habitado aquella casa! ¡Cuánto se habría reído y llorado en aquellas vastísimas estancias! Cada una tenía su nombre.
Palabra del Dia
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