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Actualizado: 5 de julio de 2025
Nada hubiera logrado, sin embargo, sin la astucia de su amigo el canónigo. Aquel aconsejado viaje por las montañas, lleno de sustos y peripecias, le conquistó, si no el amor de su esposa, por lo menos sus favores. En los dos primeros años de matrimonio Amalia hizo una vida retraída, sin salir apenas del churrigueresco palacio de la calle de Santa Lucía.
Amalia sostenía que no eras capaz de llevarnos a pasar un día a la Castañeda. ¡Pero, hombre, tú te has empeñado en ponerme hoy colorada! dijo aquélla. Porque soy un buen amigo.
La novia, con Amalia, que había sido su madrina, y otras dos señoras se fue a sentar gravemente en una de las habitaciones. Tenía los ojos brillantes, las mejillas coloradas y procuraba inútilmente disfrazar con un continente digno y serio la profunda emoción que la embargaba.
Paco Gómez, sin desconcertarse, comenzó a palpar su rostro con ademanes cómicos, fingiendo una muda resignación que hizo sonreír a los presentes. Amalia, para cambiar esta peligrosa conversación, exclamó: ¡Miren, miren cómo D. Santos se aprovecha de nuestra distracción!
«Tú no tienes sueño; ¿a que no lo tienes? le decía él . ¿A que te despabilo y te pongo como un lucero?». ¿A que no? ¿Cómo? Contándote toda la verdad de lo que te dijo Amalia, haciendo una confesión general para que veas que no soy tan malo como crees. ¡Ah!, sí; ven, ven, hijito exclamó ella alargando sus brazos desnudos . Confiésame todo; pero con nobleza.
Pues... siguió Amalia, viéndose religiosamente escuchada allí estaban Jiménez y el marquesito de Cañahejas, y Monsieur Anatole... y todos leían y comentaban un suelto del Fígaro, en que se refería la sensación causada en una de las estaciones termales más elegantes de Francia y de Europa, por el loco amor de un magnate español a una dama sueca....
Amalia supo ahuyentar la suspicacia de Fernanda haciéndose confidente y protectora decidida de sus amores. Si mantenía ratos larguísimos de conversación particular y animada con el conde, no menos largos y animados los gastaba con la chica.
En aquel momento una voz estridente, imperiosa, sonó en sus oídos. ¡Todavía no te has ido a acostar, arrapiezo! Y al levantar los ojos vio a Amalia, con el rostro pálido, los labios apretados, que cogió a la niña con violencia por el brazo dándole una fuerte sacudida y la arrastró hacia la puerta. La cólera de Amalia.
No, no quiero, exponiéndote a tí a un peligro y a que concluya de ese modo... No oyó más. Tuvo que aguardar a que llegasen al final de la calle y diesen la vuelta. Di que has estado en casa de esas viejas chochas y no mientas oyó decir a Amalia, al acercarse de nuevo. Te aseguro que estuve en el Casino. Nos hemos reunido los individuos de la junta para ver si se ha de decorar nuevamente el salón.
Alargó su aristocrática mano con ademán digno de su tocayo Pedro el Grande de Rusia, y Josefina posó sobre ella sus labios temblorosos y se fue. No estaba muy conforme aquel varón excelso con que su esposa criase con tal mimo a una expósita, pero lo consentía porque lisonjeaba su vanidad. Amalia le había dicho, sabiendo dónde le dolía: Criarla para doméstica lo haría cualquiera en Lancia.
Palabra del Dia
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