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Actualizado: 5 de junio de 2025


Veloz como un rayo se precipitó sobre él, y lo hubiera aniquilado bajo su enorme cuerpo si no sintiera una carcajada reprimida y al mismo tiempo la voz de Amalia. ¡Cuidado, Luis, que me vas a hacer daño! La sorpresa le dejó mudo unos instantes. ¿Pero por dónde has venido? dijo al cabo. Pues por la escalera principal. Me he echado este capuchón negro encima y he bajado corriendo.

Allí la joven se le colgó del brazo y dieron algunas vueltas por la misma calle en que había visto pasear al conde con Amalia. Usted está muy enamorado de , ¿verdad? le preguntó bruscamente. El indiano, sorprendido, murmuró: ¡Oh, ! Dicen que estoy como un burro, y es verdad. ¿Y qué siente usted, vamos a ver; qué siente usted? Explíquese. ¿Yo?... ¿Cómo? exclamó sorprendido.

Se hallaba retraído en tercera o cuarta fila, siguiendo con ojos de susto los cuidados que a la criatura se prodigaban. Y trató de irse con disimulo sin nueva despedida; pero Amalia le detuvo con alarde de audacia que le dejó petrificado. ¿Qué es eso, conde, no quiere usted dar un beso a mi pupila? ¡Yo!... , señora... no faltaba más.

Le hicieron pasar y el criado subió delante por la gran escalera de piedra. Al llegar al piso principal le rogó que aguardase mientras le anunciaba. Pocos momentos después se presentó Amalia. Dirigió una penetrante mirada de rencor a la niña, que el barón tenía de la mano, y dijo dirigiéndose a éste con frialdad y altivez: ¿Qué deseaba usted?

Se habían acostumbrado a la idea de que fuese varón. ¿Qué misterio será éste? preguntó Manuel Antonio, mientras una sonrisa maliciosa de curiosidad vagaba por su rostro. ¿Misterio? Ninguno manifestó con cierta displicencia Amalia. Lo que se ve claramente es una pobre que quiere que le mantengan a su hija. Sin embargo, hay aquí un no qué de extraño.

Estoy muy entretenido con los trabajos del campo, el molino, los bichos, etc. ¡Pero las noches se hacen tan largas!... Luis venía solamente por ver a su hija. Amalia no se lo permitió hasta que la niña estuvo medianamente repuesta. Volvió a vestirla como antes y le devolvió los fueros que tenía. Pero no el cariño. El encanto se había roto. Porque Luis la aborrecía: estaba sometido a la fuerza.

Entonces apresurose a subir para dar parte de lo que pasaba, a riesgo de perder su empleo. Amalia mandó a Concha con la llave para ver lo que ocurría. Entre ella y Paula subieron a la criatura privada de sentido, fría y rígida, con los caracteres de la muerte impresos en el rostro.

Mátame primero. ¡Mira que tengo mucho miedo! ¡A la cueva no, que me comen los ratones! Los criados salieron al pasillo y presenciaban mudos y graves aquella escena. Los gritos de la niña se fueron perdiendo en la oscura y tortuosa escalera que conducía al sótano. Amalia abrió la puerta de la terrible cueva y empujó a su hija hacia el interior.

Los contempló desde lejos al través del follaje. La emoción la dejó clavada al suelo algunos instantes. Por encima del sentimiento de dolor y de ira que la embargaba asomó su cabeza el orgullo de mujer. Después de examinar con ojos ansiosos la figura de Amalia no pudo menos de murmurar con amargura: ¿De qué se habrá enamorado ese hombre? ¡Si es una gata disecada! Después pensó: ¿Qué se dirán?

Hasta la llegada de Fernanda, Amalia no había pensado en ello. No teniendo rivales en Lancia, había puesto menos diligencia cada día en el cuidado de su persona, dejó del todo aquella plausible coquetería que sirve a la mujer para perpetuar el encanto de su persona. Sólo al ver la espléndida hermosura de la hija de Estrada-Rosa se dignó echar una mirada a misma.

Palabra del Dia

rigoleto

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