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Para hacer una buena confesión repuso el padre Aliaga ; he querido preguntaros si habéis hecho examen de conciencia. Os diré, padre Aliaga: yo no había pensado hasta hace algunos momentos en hacer confesión general. Resulta, pues, que no venís preparado y no puedo confesaros hoy.

Temblaba además el mísero, y de una manera tal, que se comprendía harto claro que no era el frío lo que le hacía temblar. ¿Para qué me querrá este hombre y en este estado? dijo para el padre Aliaga al ver á Montiño.

Sentáos, caballero dijo el fraile. Montiño se sentó. Entre tanto el padre Aliaga abrió sin impaciencia la carta, y á despecho de Juan Montiño, que había esperado deducir algo del contenido de aquella carta por la expresión del semblante del religioso, aquel semblante conservó durante la lectura su aspecto inalterable, grave, reposado, dulce, indiferente.

Era de Carmen Aliaga, venía de aquella casa romántica y de aquella gente que había intervenido en la misteriosa tragedia de su padre suicida. Carmen era la menor de ellas. Se manifestaba extrañada de que no hubiese vuelto Adriana a visitarlas después de una tarde en que las había "encantado y sorprendido inolvidablemente".

¡Ah! ¡la mala noche del rey! ¡ya pareció ella! La reina tampoco quiere asistir á la ceremonia, porque... piensa que doña Clara se sacrifica por ella. ¡Mentira, mentira y más mentira! Y allá están ambos novios con el padre Aliaga y los testigos, esperando únicamente por vos. ¿Y quiénes son los testigos?

Vamos dijo Quevedo, que entre tanto había corrido al socorro de doña Clara ; no es nada, un desmayo; un desmayo que nos viene á las mil maravillas; quedáos vos aquí, padre Aliaga, y esperadnos. ¿A dónde vais? A llevar á doña Clara á una de estas casas inmediatas. Ayudadme vos, Montiño. Dios quiera que pueda; apenas me tengo de pie. Os ayudaremos los dos y es más breve dijo el padre Aliaga.

¡Ah! dijo el bufón cambiando de aspecto de una manera singular : vos, padre Aliaga, sois un santo y llegaréis á mártir, y , hermano Felipe, aunque eres tonto, no eres malo. Dios os lo pague á los dos: á ti, por tu indulto, hermano rey, y á vos, por vuestra absolución, padre Aliaga. Hubo un momento de silencio. El tío Manolillo se había levantado y llenaba lentamente de vino una copa.

¡Ah! contestó el de dentro con el acento de quien reconoce á una persona respetable ; voy, voy á abrir al instante. En efecto, la puerta se abrió. Perdóneme vuestra señoría dijo la misma voz dentro si no tengo luz: estaba en acecho. Y se cerró la puerta. ¡En acecho! dijo el padre Aliaga ; ¿en acecho de qué?

Henos aquí juntos dijo el bufón : vos fuerte en la apariencia, y yo en la apariencia débil; ¡sabe Dios cuál de entrambos es el fuerte! Tío Manolillo, no os entiendo dijo con gran indiferencia el padre Aliaga . ¿Qué habláis de fuertes ni de débiles? Si no recuerdo mal, yo os he llamado. Es verdad; esta mañana en la recámara del rey, me dijísteis: os espero esta tarde en el convento de Atocha.

El confesor del rey rompió el sobre: dentro venía una carta del duque de Lerma para el padre Aliaga sumamente afectuosa. «Mi buen amigo le decía , vuestras virtudes merecen que se os honre más que con el empleo de confesor del rey; por lo mismo he aconsejado á su majestad que os nombre inquisidor general.