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Actualizado: 28 de noviembre de 2025


¡Doña Clara os espera! dijo Quevedo. Don Juan siguió á su amigo, y entrambos salieron de la casa. El padre Aliaga se quedó orando al lado del cadáver de Dorotea. El cocinero de su majestad supo al día siguiente, al ir á oír misa á Santo Domingo el Real, una noticia horrible.

Disimulaba el bufón su amor, le comprimía, le devoraba, le contenía, aunque por distinta causa. El padre Aliaga obedecía á sus deberes. Sacerdote, debía combatir aquella tentación impura. Cristiano, debía huir del solo pensamiento de unos amores adúlteros. El tío Manolillo debía respetar, respecto á Dorotea, otra razón gravísima para todo corazón de sentimientos elevados. Dorotea no podía amarle.

Avisada un día por Carmen de que José Luis Aguirre, llegado de Europa, les había hecho una visita, Adriana fue a casa de las Aliaga con la gran ansiedad de saber si reanudaría Laura con él su antigua relación. Ardientemente lo deseaba. Su actitud, cuando se anunció la vuelta de José Luis, permitía abrigar pocas esperanzas.

¿Y si os pagaran por envenenar á una persona que hubiese de comer de vuestros manjares? He sido y soy codicioso exclamó, levantándose el cocinero mayor , lo confieso; pero matar... ¡eso no, no, no! Y había verdadero horror, verdadera repugnancia en el aspecto, en la mirada, en el acento de Montiño. El padre Aliaga se tranquilizó. No podía dudarse de aquella situación del cocinero mayor.

contestó la joven ; le he buscado... porque creía amar á un hombre... desconfiaba de él... necesitaba un bebedizo... pero yo soy cristiana, señor, yo creo en Dios, yo le adoro exclamó llorando la Dorotea. Os he asegurado que nada tenéis que temer dijo el padre Aliaga ; pero es necesario que cambiéis de vida; que dejéis el teatro, y no sólo el teatro, sino el mundo.

Es verdad dijo el padre Aliaga ; vos no os llamáis Margarita, pero ese mismo nombre tenía una infeliz á quien os parecéis como vos misma cuando os miráis al espejo. ¡Oh Dios mío, qué semejanza tan extraordinaria!

La providencia de Dios, en la forma de un joven. ¡Ah! ¡Diablo! ¿Nos ha sacado ese joven ó nos saca de alguno de nuestros atolladeros? Como que ha herido ó muerto á don Rodrigo Calderón... Mirad lo que decís, amigo mío; cuenta no soñéis. ¿Qué es soñar? he aquí la prueba. Y el padre Aliaga fué á la mesa en busca de la carta de la reina...

Haced que las gentes que están al lado del rey, cuenten sus pasos, oigan sus palabras... Tal las oyen, que aconsejo á vuecencia haga dar una mitra al confesor del rey. ¡Cómo! Fray Luis de Aliaga ha pasado toda la tarde al lado de su majestad, mientras vuecencia reconciliaba á sus enemigos y se creía por su reconciliación libre de cuidados. El duque quedó profundamente pensativo.

¿Y qué se yo? dijo Casilda ; yo no la he visto morir. ¿Pero no ha muerto en la casa? ; , señor, según dicen don Francisco de Quevedo y el padre fray Luis de Aliaga, que la trajeron allá muy tarde. ¿Que la trajeron? , señor; la trajeron al obscurecer; la señora había salido muy engalanada con el tío Manolillo; dicen que esta noche pasada han matado al tío Manolillo.

Tengo todavía en el bolsillo la carta de la madre Misericordia para el duque, y otra carta de la misma madre para vos. Dadme, dadme. Tomad, señor. El padre Aliaga abrió la carta dirigida á él, y encontró todo el fárrago que nuestros lectores conocen.

Palabra del Dia

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