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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
El tío Manolillo, á la luz de aquel relámpago, había visto hasta el fondo tenebroso del alma del padre Aliaga. Importábale mucho al bufón poseer un secreto del padre Aliaga, y un secreto importante. Le importaba por Dorotea. Debemos tener en cuenta que la Dorotea era para el bufón lo que la reina para el padre Aliaga: el alma entera.
El P. P. Fray Bernardo Arades, Dominicano &c. El Reverendo P. Fray Pedro Juan Nicolau, Mínimo. El Padre Fray Pedro Aliaga, Capuchino. Añadióse el Padre Sebastián Sabater, Rector del Colegio de San Martín, de la Compañía de JESUS. A Rafael Valls, mayor. El Reverendo Padre Rafael Riutort, Provincial de los Mínimos &c. El P. Presentado Fray Vicente Pellicer, de Santo Domingo.
No; no, señor... yo creo que no... pero quien puede deciros eso... es... el tío Manolillo... el bufón del rey, que fué quien me lo dijo á mí. ¿Pero cómo se sabe que esa perdiz estaba envenenada? Porque ha muerto un paje que se comió lo que había quedado en los platos de la reina y del padre Aliaga. Pero si quedó en los platos, debieron comer... No, porque el tío Manolillo asustó á la reina...
Cuanto pude; hasta las especias. Hicísteis muy mal. ¡El amor al dinero!... El padre Aliaga iba ya fastidiándose. Reduzcámonos, reduzcámonos, porque no es necesario que me contéis vuestra vida. ¿De cuántas maneras habéis pecado por el dinero? Hurtando sagazmente, y procurando que la culpa de mis hurtos no cayese sobre mí. Eso es ya un grave delito. ¿Y de qué otro modo más?
Y guardaba también esta vaga memoria: un día, durante el luto, habiendo pedido que la llevaran a casa de las Aliaga, donde con frecuencia pasara el día jugando, su madre la reprendió con una severidad que la dejó consternada. Después entró como interna en un colegio religioso, pasaron los años y rara vez tuvo de ellas alguna noticia.
Las Aliaga la escucharon con aquella misma atención recogida que Adriana había observado ya en ocasiones pasadas. Laura, sin embargo, atendía con menos avidez que las otras, como si algo en su interior atrajera con tenaz persistencia la preocupación más cara de su ser.
Lucía la tomó aparte para que pudieran hablar Julio y Muñoz, pero dirigiendo hacia ellos, de vez en cuando, una graciosa mirada de curiosidad. ¿Tú la conocías, entonces? Te lo dije aquella vez, repuso Julio. No lo recordaba. Te dije que la conocí en casa de las Aliaga. Creí que bromeabas, que te querías burlar de mí. No me lo dijiste muy claro, en todo caso.
No sé si doña Clara le habrá destruído dijo con la mayor serenidad la reina, mientras el padre Aliaga se estremecía, porque veía llegado de una manera fatal el momento de las pruebas. ¿Cómo recobró doña Clara ese rizo? dijo el rey. Casualmente ese es el gran servicio que ha prestado el joven de quien hablamos á doña Clara. ¿Pero cómo supo ese mancebo?...
La Inquisición no te tocará, no te acusará á ti. ¿No es verdad, padre, que la Inquisición no se atreverá á ella? Las últimas palabras del tío Manolillo eran un rugido amenazador. ¡Dejadme! exclamó el padre Aliaga ¡dejadme, y que Dios tenga piedad de los tres! Y salió desalentado.
Consideró también que por esa misma avaricia, además de darle buenos consejos, se le debía dar dinero para que sirviese mejor. En una palabra, el padre Aliaga determinó utilizar al cocinero mayor. La manera de reparar en cierto modo el mal que habéis hecho le dijo , es decidiros á servir fielmente á una sola persona. ¿A quién, señor? Al rey. ¡Al rey! ¿pues qué, acaso no le sirvo?
Palabra del Dia
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