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Actualizado: 28 de noviembre de 2025


Quevedo y yo, que éramos muy amigos, nos hemos visto negros para salvar á Margarita de Austria; pero tales eran los polvos, que un pobre paje á quien se le apeteció lo que había quedado sobrante en los platos de la reina y del padre Aliaga, ha muerto en momentos. ¡Horrible! ¡horrible! exclamó el duque.

El padre Aliaga salió del alcázar inmediatamente después de haberse turbado de una manera tan extraña, por el tío Manolillo, el almuerzo de la reina. El confesor del rey estaba aturdido con lo que le acontecía. El bufón había llegado á hacerse para él un gigante. Aquel hombre había leído en su alma. Aquel hombre había visto su fondo tenebroso.

El rey había dejado de comer y escuchaba con atención. El padre Aliaga, con la cabeza apoyada en su mano, miraba profundamente al tío Manolillo. El bufón estaba pálido y conmovido. Aquellos gritos continuó el bufón cesaron, y tras ellos el llanto de una criatura recién nacida. ¿Era ella? ¿Era esa Dorotea, Manolillo? dijo el rey.

Las llevo siempre conmigo; la reina por ahora no se atreve... pero si vuestros enemigos... si fray Luis de Aliaga... Ya os he dicho que Olivares, Uceda y Zúñiga, se sienten sin fuerzas, se rinden y vienen á buscarla en ; vuestro celo, don Rodrigo, os hace muy desconfiado. ¿Qué, creéis que yo no tengo poder?

Este era otro de los objetos que llevaban á palacio al padre Aliaga: hablar con doña Clara. Sentía, además, un deseo punzante de hablar á la reina; y doña Clara, que era la favorita de la reina, podía satisfacer este deseo. Le importaba también no poco sentir por mismo qué aire corría en palacio.

El padre Aliaga quedóse más desesperado que lo estaba cuatro días antes. Unos personajes habían ganado. Otros se habían quedado como estaban. ¡Pobre Francisco Martínez Montiño! solo, parte paciente de esta historia; , pagador constante de pecados ajenos, solo fuiste la víctima superviviente á estas aventuras de cuatro días lluviosos. Su locura se había determinado.

Habéis hecho bien en acechar; dadme un papel y tintero. Ruy Soto sirvió al momento los objetos pedidos al padre Aliaga, que escribió rápidamente una carta y la cerró. En el sobre se leía: «Al tribunal de la Santa inquisición».

Bien, no hablemos más de ello... Pero sepamos... sepamos á qué he venido yo aquí y á qué habéis venido vos. ¡Oh, Dios mío! exclamó el padre Aliaga, levantando las manos y el rostro al cielo, dejando caer instantáneamente el rostro sobre sus manos. Pero esto duró un solo momento. El religioso volvió á levantar su semblante pálido, melancólico y sereno.

¡La reina! murmuró profundamente el padre Aliaga, lanzando una mirada recelosa á la cortina, tras la cual se ocultaba el bufón. ¡La reina! dijo con extrañeza el tío Manolillo, detrás de aquella cortina.

Te pregunté si habías hablado hoy con mi confesor, porque el bueno del padre Aliaga, aunque más embozada y respetuosamente, aprovechándose de que el duque tenía un banquete de Estado, me ha tenido toda la tarde el mismo sermón.

Palabra del Dia

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