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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Entró en esto Adolfo, que venía del Jockey-Club, donde con harto sentimiento de sus padres perdía tiempo y dinero jugando al Pocker con los ratones agregados á la Embajada alemana. El roce continuo con estos diplomáticos le había engreído y extranjerizado, y no tenía otros tópicos de conversación que el Polo y el Lawn-Tennis.
Como mi gusto sería ahora presentarle en una situación heroica, con gran dificultad contengo mi pluma en este momento, y únicamente me abstengo de introducir semejante episodio con el profundo convencimiento de que generalmente nada de esto ocurre en semejantes casos, y tengo la esperanza de que la más bella de mis lectoras perdonará la omisión, recordando que en una crisis verdadera, el salvador es siempre algún forastero poco interesante, o bien un poco romántico agente de autoridad, y jamás un Adolfo.
Adolfo insistió, rebatiendo tan débiles argumentos... Y se hubiera llevado a la niña a Buenos-Aires, malgrado, buen grado, a no apoyarla Laura en su negativa... Es que los ojos maternales de Laura habían comprendido esa negativa. Coca quería quedarse en el Tandil porque le interesaba Vázquez. ¡Eso era todo!
Pase por tu suegro y tu suegra, pero lo que es ése me lo tienes que dejar entre las uñas. En todos los días de mi vida he conocido un ser más pedante y grotesco. ¡Es un infame! ¿Cómo infame? exclamó asustado. Sí, cuando la tontería llega a cierto límite degenera en infamia. Creo haberlo leído en Santo Tomás. Pues Adolfo estudia mucho: se pasa la vida entre libros.
Y se propuso firmemente no volver a dirigirle la palabra. Pero a los cinco minutos sacó de nuevo el reloj y, sin acordarse de su propósito, preguntó: Adolfo, ¿sabes si D. Laureano está enfermo? Adolfo hizo un leve movimiento de indiferencia con los hombros sin pronunciar palabra. Es que como ya son cerca de las diez menos cuarto...
Doña Fredes entonces hizo que Carlota y Mario se sentasen cerca de ella y comenzó a hablarles de su hijo menor con la misma gravedad solemne que empleaba para todo. Observábase, no obstante, cierta satisfacción y una alegría que les hizo colegir que Adolfo era su predilecto. Se mostró muy contenta de aquella amistad que les ligaba y esperaba que jamás se entibiaría.
Cuando ha pasado tanto tiempo sin escribir observó Adolfo, ha de ser porque está para tomarse unas vacaciones y venirnos a ver... ¡Será una felicidad que podamos festejar con él el compromiso de Coca! Y veremos lo que diga añadió chanceando, porque yo no me atrevo a aprobarlo sin consultar...
Adolfo miró a Coca... miró a Laura... miró la carta... miró al jardín... y repuso, cómicamente trágico: ¡Con el capitán Pérez! No quedaba la menor duda. En la carta leída varias veces sucesivamente y en voz alta por los tres hermanos hasta aprenderse el párrafo de memoria, Ignacio decía bien claro: «Se nos conceden unas cortas vacaciones que aprovecharé yendo a visitarlos al Tandil.
No hay necesidad de decir eso. Daremos por cierta la existencia de tu capitán, y sólo negaremos tu compromiso. Deja que yo hable con Adolfo, para que él pida una rectificación en La Mañana. Y pierde cuidado... ¡No descubriré tu mentirilla, para no avergonzarte, como lo merecías, por faltar a la verdad! Coca dio un beso a Laura para desenojarla y agradecerle su intervención. Laura habló con Adolfo.
El conejo es un animal tan sensible que con la más leve impresión se tiñen de carmín sus orejas, y se ha observado que los conejos jóvenes se enrojecen más fácilmente que los viejos. Mario quedó acortado. Le miró fijamente con ojos de asombro y al fin murmuró entre triste y colérico: Pero, Adolfo, ¡por Dios! ¿qué tienen que ver ahora los conejos jóvenes?...
Palabra del Dia
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