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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Era don Mariano Vázquez que llamaba a la puerta de calle. Don Mariano, un cuarentón bien parecido y mejor conservado, se presentó como amable hombre de mundo. Manifestose alegre y decidor. Si tuvo una novia inconstante en otro tiempo, esa novia parecía ya harto olvidada. Dio durante la comida alguna broma a Adolfo, con una «elegante señorita» que había visto en la ventana de una casa vecina.

Con más sorna que ironía, intervino Vázquez: Pues en el retrato parece un negro... ¡Un negro! ¡un negro! exclamó Coca indignada. ¡Si es más blanco que usted!... Es que la fotografía es bastante mala observó Adolfo, con su acostumbrada buena fe. Los originales son sin duda mejores que el retrato agregó Vázquez. ¿No es verdad, Rosa?

Son excepciones de esto, de época anterior, las que se encuentran en algunas comedias de Tirso de Molina, por ejemplo, en la de Escarmientos para el cuerdo, y en algunas de las de Lope de Vega, como en Las bizarras de Belisa. Véase el siguiente diálogo, especie de duo: ADOLFO. De parte de la nobleza Yo... CELIO. Y yo de parte del pueblo... ADOLFO. Vengo á saber de los dos...

De El Diablo Cojuelo, única de las obras de Vélez que ha conservado para su nombre alguna parte de la amplia popularidad que disfrutó en vida, se han hecho en nuestros días, amén de tal cual edición corriente, dos eruditas y anotadas. Ambas se deben a la vasta cultura y harto probada laboriosidad de don Adolfo Bonilla y San Martín, ventajosamente conocido en el campo literario y en el filosófico.

«Es extraño que no hablaran antes de tal capitán Pérez», pensó un momento Adolfo, sin dar al militar mayor importancia... Por el contrario, Vázquez parecía darle importancia... Y nunca se olvidaba de colocar a su respecto alguna palabrita, que Coca escuchaba simulando una displicencia afectada... El personaje imaginario llegó así a ser familiar en la casa.

Y así soltó, aprovechando la ausencia de su hermano Adolfo, que se había levantado a traer cigarros, el primer nombre que se le vino a la cabeza... Dijo «Pérez» como podría haber dicho «Fernández», «Rodríguez» o «Martínez». Lo importante era inventarse un novio, ya que no lo tenía verdadero, para despertar celos en Vázquez... ¡Los hombres debían sentir los celos antes del amor!...

Y para que Laura no se arrepintiese del pacto tácitamente consentido, Coca se lo estuvo recordando constantemente... harás esto... Yo haré lo otro... te pondrás bonita, pero con tu traje azul de ama de llaves y hasta con un delantalcito muy mono... Yo me emperejilaré con todas mis galas: me pondré flores y polvos; aun me pintaría un lunarcillo en la cara si Adolfo no fuera a notarlo...

Habló también de su familia, que no era muy numerosa: dos hijas, ya casaderas, Adelaida y Elvira, y un hijo adolescente, Adolfo, que seguía la carrera diplomática, en el cajón mismo en que el Ministro de Estado guardaba sus notas secretas. De su mujer habló poco y como de paso, por lo cual sospechó el Reyecito que habría allí alguna messa allianza, ó quizá disensiones matrimoniales.

En la fisonomía de Adolfo se pintaban el pasmo, la duda, el susto, la risa... mientras decía incoherentemente: O es una broma de Ignacio... O Coca me ha engañado... O es una superlativa coincidencia... Laura y Coca preguntaban de nuevo: ¿Qué?... ¿Cuál?...

Adolfo repuso: No bien... Creo que cuarenta años. ¡Cuarenta años! exclamó Coca. Pues se lo dejo a Laura. Arreglando la casa para recibir la visita anunciada, Laura y Coca conversaban y se divertían a costa del candidato todavía desconocido...

Palabra del Dia

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