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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Voy sencillamente á dar cuenta aquí de dos dramas, representados ahora con grande aplauso en los teatros de Alemania y fruto del ingenio de dos famosos autores: Gerardo Hauptmann y Adolfo Wilbrandt. No trataré de desentrañar la intención de ninguno de los dos, ni los haré responsables de nada.
Adolfo reveló la sorpresa más profunda... Meditó, se rió, estornudó, rascose la frente y, como había ojeado a Renan y leído a France, dijo al cabo: ¡En mi vida vi nada más curioso!... ¡Si lo que no inventan estas mujeres nadie podría inventarlo!... ¿Con que lo del capitancito era un «truc» para que Vázquez se decidiese?... Pero no se lo vayas a contar imploró Coca.
Entonces serás ya un sabio; porque tus padres de seguro te mandarán estudiar todos los días. Adolfo le echó una mirada recelosa y bajó los ojos sin contestar. He dado una vuelta por el pueblo siguió el joven dirigiéndose a Maximina, y después estuve en el vapor con Juanito. El pueblo es feo respondió aquélla. Eso dicen todos los forasteros... ¿Y V. no lo dice? A mí me es igual un pueblo que otro.
Estaba escrito que Adolfo Itualde iría aquella mañana de sorpresa en sorpresa... Leyó las primeras líneas de la carta, las volvió a leer, las releyó de nuevo, restregándose los ojos con la mano como si no viera bien, frunció el ceño y prorrumpió en un: ¡No puede ser!... ¡No puedo ser!... Como electrizadas de curiosidad y de alarma, Laura y Coca preguntaron a un tiempo: ¿Qué?...
Mario y Carlota se hallaban tan admirados, que apenas podían creer lo que oían. Todavía estaba D.ª Fredes loando la obediencia de Adolfo cuando vinieron a avisar que eran las cinco y los actores se hallaban preparados.
En su mirada lánguida se veia contínuamente prematuro cansancio: en su frente cubierta de pelo no se adivinaba la inteligencia, pero allí estaba, y esto es lo principal; en sus labios desdeñosamente plegados, una sonrisa fria helaba de pena á sus amigos, que le miraban harto del mundo sin conocerle, incrédulo sin creerlo él mismo, holgazan con terrible trabajo, murmurador sin interés y perdiendo lastimosamente el tiempo con la serenidad del que se las echa á correr con un chiquillo y le dice: «Anda, llévame un cuarto de hora de delantera, que yo te alcanzaré ántes de cinco minutos.» Adolfo Malats, la memoria más feliz, el juicio más hábil para tropezar en una cosa con el defecto, la imaginacion más ingeniosa del mundo, uno de los hombres que tienen más talento para encerrar un tomo en una frase, para estarse una semana contando cuentos que nadie sabe, era el año de la fundacion del nido un hombre de mucho talento que no habia encontrado todavía el sentido comun.
Pues yo pensaba que esas redondillas tan vigorosas necesitaban grandes martillazos. D. Laureano y Mario volvieron la cabeza para reírse. Adolfo Moreno metió la cara por el periódico para hacer lo mismo. Usted siempre de broma, amigo Rivera dijo el poeta, avergonzado. El café estaba en su momento álgido.
Tenía seis hijos: el mayor, que contaba diez y nueve años, estaba empleado en un comercio de San Sebastián; el segundo estudiaba para piloto en Bilbao; el tercero, Adolfo, lo tenía en casa, un pedazo de madera que no servía más que para dar disgustos; venían después dos niñas de ocho y diez años, y por último, un niño de cinco que era, según todas las señas, el ídolo de sus ojos.
Ilustrado su entendimiento con la lección y Comunicación de los más doctos de su tiempo especialmente del Licenciado Francisco Pacheco mi tio ... etc. Por el dicho del pintor Pacheco consta que entre los retratos figuraba el del licenciado Carlos de Negron; y Don Adolfo de Castro consigna en sus notas al Buscapié, que también tuvo los de Nicolás Monardes y Ambrosio de Morales.
No se atrevió a pedirle pormenores sobre las peripecias de la lucha ni sobre qué terreno se estaba realizando ahora. Lo único que se aventuró a decir fue: Espero, señor Moreno, que no tardará usted en triunfar por completo de los agentes externos. Un hombre de tanto mérito como usted no puede menos de abrirse camino en el mundo. ¡El mérito! ¡el mérito! murmuró Adolfo con sonrisa sarcástica.
Palabra del Dia
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