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Actualizado: 21 de julio de 2025
Adolfo Malats era, al formarse el nido, cuando él no habia aún soltado el cascaron, un muchacho rubio, largo, paliducho y ojeroso.
En su mirada lánguida se veia contínuamente prematuro cansancio: en su frente cubierta de pelo no se adivinaba la inteligencia, pero allí estaba, y esto es lo principal; en sus labios desdeñosamente plegados, una sonrisa fria helaba de pena á sus amigos, que le miraban harto del mundo sin conocerle, incrédulo sin creerlo él mismo, holgazan con terrible trabajo, murmurador sin interés y perdiendo lastimosamente el tiempo con la serenidad del que se las echa á correr con un chiquillo y le dice: «Anda, llévame un cuarto de hora de delantera, que yo te alcanzaré ántes de cinco minutos.» Adolfo Malats, la memoria más feliz, el juicio más hábil para tropezar en una cosa con el defecto, la imaginacion más ingeniosa del mundo, uno de los hombres que tienen más talento para encerrar un tomo en una frase, para estarse una semana contando cuentos que nadie sabe, era el año de la fundacion del nido un hombre de mucho talento que no habia encontrado todavía el sentido comun.
Palabra del Dia
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