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«La desgracia no viene sola pensaba Adolfo. ¿Qué nos esperará después de estos nuevos golpes? ¿O habrá terminado ya la «racha negra»?... Pues la «racha negra» no había terminado, y otro golpe le esperaba todavía: fracasó en sus negocios y se enfermó del pecho... Dejándose vencer del desaliento, pronto hubiera muerto también Adolfo, sin la enérgica y generosa decisión de su hermana Laura.

Quiso hacerle callar Laura... Pero ella prosiguió, después de una pausa: Pues si ganas la apuesta, cumplirás lo prometido... ¡Acuérdate!... La que casara con Vázquez debía dotar a su hermana... Pérez no tiene con qué casarse... y Vázquez, ya casados, para que también me case yo, me regalarán una casita en Buenos-Aires... Adolfo me la amueblará... ¡Y todos seremos muy felices!... ¡Acuérdate!...

Laura miró con asombro a su hermana, y no se atrevió a aclarar el punto, dejando correr la invención del «capitán Pérez», el pretendiente fantasma... Despidiose Vázquez y volvió al cabo de tres o cuatro días. Sus visitas menudearon desde entonces. Venía a jugar al ajedrez con Adolfo. Se hizo íntimo de la casa... Una vez, Adolfo preguntó: ¿Quién es ese capitán Pérez?

Adolfo protestó ingenuamente; él no volvería a casarse... Se encuentra usted demasiado bien así dijo Vázquez con unas hermanas como las que usted tiene... ¡Feliz de usted!... Pero esta felicidad no puede durarle toda la vida... Ellas se casarán alguna vez... ¡Oh no!... interrumpió Coca. ¿Y por qué no se casa usted? preguntó Adolfo a su amigo.

Adolfo se pasaba las horas muertas en aquella casa; tantas, que era difícil averiguar cuáles destinaba a la lucha por la existencia. D. Pantaleón se instruía rápidamente con las mil noticias científicas que diariamente le suministraba.

Comprendía que era una humillación, pero no tenía fuerzas para resistir al anhelo de confesarse. Adolfo. ¿Qué hay? respondió éste sin apartar la vista del periódico. Dame la enhorabuena. Al pronunciar estas palabras se ruborizó. ¡Ah, ! exclamó el otro alzando la cabeza y mirándole con sonrisa entre burlona y benévola.

Como no frecuentaba la sociedad, no conocía las rivalidades femeninas y su carácter de soltera de treinta años no parecía agriado... Por eso no hubo el más leve sarcasmo en su clara y bien timbrada voz cuando contestó a Adolfo: Mil gracias. Pero si tu don Mariano es un candidato a novio... lo será a novio de Coca. Coca preguntó entonces: ¿Qué edad tiene?

Adolfo Malats era, al formarse el nido, cuando él no habia aún soltado el cascaron, un muchacho rubio, largo, paliducho y ojeroso.

Agradecióselo mucho el Reyecito, y se despidió pensando que Adolfo podría ser en verdad muy elegante, pero que sin duda tenía los sesos de picatoste. Comenzaron de nuevo su desatinada carrera Buby y Ratón Pérez, con un lujo de precauciones que sobresaltaron al Reyecito.

Y así como una ave se resguarda en el caliente nido cuando estalla la tormenta, ella no tenía otro refugio que la inagotable ternura de su hermana. Adolfo y Laura propusieron a Coca un viaje a Buenos-Aires, para escapar del infierno de las habladurías tandilenses, de los artículos y de los duelos, de las felicitaciones y los anónimos.