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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Vamos, Maximina, serénese V.... eso ya pasó. Pero Adolfo, desde el pasillo, empezó a vociferar: Que salga, que salga esa hipócrita... No me marcho de aquí hasta que le atice unas cuantas piñas. A las voces que daba y al ruido que acababan de hacer, subió doña Rosalía preguntando enojada: ¿Pero qué es esto? ¿qué pasa aquí?
Pero Adolfo, irritado por la superioridad muscular de su prima, se había agarrado a ella y forcejeaba por abrirle el vestido, aunque sin resultado. Miguel le arrancó a viva fuerza y le puso a la puerta de la sala diciéndole: ¡Ya podían tus padres darte un poco mejor educación! Cuando volvió hacia Maximina, la halló sollozando, tapándose la cara con las manos.
Aunque en el primer momento Adolfo no recibiese bien la noticia, pensándolo mejor, aprobó el proyectado enlace. No tenía ningún tilde serio que oponer a don Mariano.
Según parece, el idioma portugués quedó reservado para los autos. Págs. Al Sr. D. Felipe González Vallarino. 7 Adolfo Federico, conde de Schack. 9 PRIMER PERIODO. ORIGEN DEL DRAMA DE LA EUROPA MODERNA Y ORIGEN Y VICISITUDES DEL DRAMA ESPA
D. Adolfo Saldias, en un meditado trabajo sobre el tipo histórico y social del gaucho. El Dr. D. Miguel Navarro Viola, en la última entrega de la Biblioteca Popular, estimulándonos, con honrosos términos, á continuar en la tarea empezada.
Eso no prueba más que tiene V. un corazón agradecido y piadoso. Maximina se ruborizó entonces hasta las orejas. Adolfo, a quien sin duda pareció muy mal esta alabanza y quería a todo trance desahogar su resentimiento, exclamó sonriendo estúpidamente: ¡Es una beatona! Se pasa la vida comiendo los santos. Pues ahora no estaba comiendo los santos, sino barriendo respondió Miguel.
Esta mañana ya recibió Coca una felicitación repuso imperturbablemente Laura. Ahora debe ser un anónimo. Tomó Adolfo la carta, alegrose al reconocer la letra del sobre, y, rasgándolo con rápida mano, exclamó: ¡Es una carta de Ignacio! Tiempo era de que escribiese dijo Laura. Veinte o más días hace que no nos daba noticias suyas.
Al cabo has logrado la dicha de sentarte a la misma mesa que D. Pantaleón Sánchez. Como tú comprenderás, Adolfo, lo que menos me importa a mí es D. Pantaleón. Lo que me interesaba, y mucho, era hablar con su hija. No puedes figurarte la impresión que he sentido. Ya sabes que estaba enamorado, ¡pero de verdad!
Sus hijas, de allí en adelante, trabajarían tanto como su nieta. En aquel instante, mirando Carlota hacia la puerta, creyó ver cruzar por el pasillo unas barbas y unas gafas muy semejantes a las de Moreno. Su duda se desvaneció al instante oyendo a D.ª Fredesvinda llamar en voz alta: ¡Adolfo!... ¡Adolfo! No puedo ir ahora contestó éste desde el corredor sin dar la cara.
Doña Fredes le miró un buen espacio con fijeza y severidad. Al cabo dijo: Todavía no te he presentado a unos señores que han venido hoy por primera vez a esta casa, los señores de Costa... Mi hijo menor Adolfo añadió presentándolo a Mario y Carlota. ¡Ah! ¿Eres tú, Mario?... ¿Y usted, Carlota? exclamó el joven antropólogo fingiendo sorpresa y con un semblante tan colorado que daba miedo.
Palabra del Dia
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