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Actualizado: 25 de julio de 2025


Me encuentro ya en la deliciosa morada de mi cuñado el abate Lamartine, en Montculot, en medio de bosques y de fuentes, en una especie de desierto que parece una abadía. Debiera estar aquí en paz, y sin embargo no es así; los cuidados de madre de familia me siguen por todas partes, incluso aquí mismo. ¡Ah! ¡cuántos reproches debo echarme en cara!

Ahí está la buena señora doña Zobeida, ese ángel de bondad; para ella no hay más sacerdote a bordo que yo: el obispo y el abate, como si fuesen zapateros. ¡Ojalá se resolviese lo de su pleito y cambiase de fortuna! Ciertamente que no me olvidaría... Además, en aquella tierra, según dicen, el exceso de dinero y la abundancia de negocios malean a los sacerdotes.

Eso no tiene nada de particular, señoras, nada de particular; al contrario.... ¡Señor don Gil! dijo Salomé con una cosa parecida al rubor. ¡Señor don Gil! exclamó Paz con toda la majestad de su carácter reunida en un solo gesto. El que había sido abate y covachuelista comprendió que le habían entendido mal. Voy á rectificar exclamó.

Las hace circular y las recoge luego cuidadosamente, lo mismo que un tenor... Eso es, un tenor: un tenor de sotana. Y hablaba con irónico asombro de las múltiples y mediocres habilidades del abate viajero y verboso: conferencista, pintor, escultor, poeta y músico. Maltrana sabía esto por uno de los periódicos que repartía él mismo.

Pero si Lázaro no podía verla, el abate Carrascosa pudo aquel día, con permiso de la devota, entrar á enterarse de la salud de su señora doña Clarita; y al hallarse con ella, sacó un papel del bolsillo, y haciéndole señas de que callase, se lo dió á la joven furtivamente. Sin decirle una palabra, salió.

En el mismo momento también, el abate Constantín, de rodillas ante su camita de nogal, con todo el fervor de su alma, pedía las gracias del Cielo para las dos mujeres que le hicieron pasar el día más feliz de su vida. Rogaba a Dios bendijera a madama Scott en sus hijos, y diera a miss Percival un marido, según su corazón.

La desgracia eleva a las almas hermosas y no abate más que a los caracteres débiles. Conozco solteronas para quienes la vida ha sido muy dura, y son mujeres casi perfectas.

Arrodillado a sus pies estaba el abate, con las barbas fluviales tendidas sobre el negro delantero de su sotana. Todos los ojos iban hacia él: sólo la familia de La Boca seguía con mirada amorosa los movimientos de Monseñor al decir la misa.

Bernardo, el quintero de la Marquesa, era su amigo, y cuando el anciano sacerdote se había demorado en sus visitas a los pobres y enfermos, cuando el sol tocaba a su ocaso y el abate sentíase fatigado y con apetito, deteníase, comía en casa de Bernardo un buen plato de tocino con papas, vaciaba su jarro de sidra, y luego, concluida la cena, Bernardo enganchaba su viejo cabriolet para conducir al cura hasta Longueval.

En momentos que él bajaba del caballo a las nueve de la mañana, en el patio del cuartel, el abate Constantín se ponía alegremente en campaña. La cabeza del buen anciano ardía desde la víspera; Juan no había dormido mucho, pero el pobre cura no había dormido nada.

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