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Actualizado: 18 de septiembre de 2024


Al llegar á la calle miró á todos los lados como buscando á alguno, y al poco rato salió del portal de una casa inmediata el joven militar que hemos conocido desde el principio de esta historia. ¿Qué hay? preguntó á Carrascosa con mucho interés. -Nada, no quieren. Esas viejas son unos demonios contestó riendo de muy buena gana el abate. Me parece que por ese camino no conseguiremos nada.

No tenían otro amigo que el abate don Gil Carrascosa, que, según ha llegado á nuestra noticia, tuvo en sus tiempos ciertos dimes y diretes con una de ellas. El las visitaba, les proporcionaba algún trabajo y solía darles algún rato de tertulia, contándoles las cosas de Madrid.

Lo que hay es que no puede una mover un pie sin que venga toda la vecindad á decir por qué y por qué no. Cepos quedos dijo Carrascosa, que yo no dudo de que seas una mujer muy principal; pero debe evitarse que la gente ande diciendo cosas ... porque....

En la sala estaban María de la Paz, Salomé, y delante de ellas, en pie y respetuosamente, Elías Orejón y el ex-abate don Gil Carrascosa. Nada hemos hablado hasta ahora de la amistad de este singular personaje con las venerables viejas. Carrascosa, en su calidad de abate entrometido, frecuentaba la casa de Porreño, lo mismo que otras de la más elevada jerarquía.

Pero Carrascosa empujó la puerta, y la hubiera abierto á no impedírselo por dentro la asustadiza y honesta dama, que dejó el afeite y se ciñó el vestido rápidamente para acudir á defender la plaza. Leoncia, Leoncia, mira que soy yo, tu Gil. Don Gil, don Gil, no sea usted pesado. Siempre viene usted cuando está una arreglándose. Espere usted. Pase á la cocina, que tengo que hablarle.

Deseoso Lázaro de ver á su tío aquella mañana, fué á casa del abate Carrascosa, y allí encontró otra escena de desolación. Estaba el ex abate en su cuarto, sentado en una silla, con los pies sobre la traviesa, en tal actitud, que parecía un pájaro posado sobre una rama. Apoyaba los codos en las rodillas, sustentando la cabeza con las manos, como si quisiera apuntalarla.

Ya les dará que hacer observó Carrascosa ¡Qué elocuencia! ¡Qué talento el de ese muchacho! Pues yo, señor don Gil manifestó Calleja, respetando la opinión de usted, para mi tan competente, diré...."

Doña Leoncia empezó á reír con mucha gana; y el buen Carrascosa, que no estaba dispuesto aquel día á ponerse serio, se serenó y concluyó por reírse también. Mira que esta tarde voy con doña Patronila y la Juliana á merendar á Chamartín. Doña Ramona vendrá también, y si vienes, cantarás aquellas seguidillas que sabes. Yo no estoy para seguidillas.

Y estando en estas vacilaciones Cervantes, entre si acudiría en el momento a la casa de la hermosa indiana, o iría, para lo que se ha dicho, a buscar a su amigo el bachiller Carrascosa, entrose en el figón un hombre alto, con el sombrero de alas gachas echado sobre los ojos, subido hasta el sombrero el embozo de su larga capa, con botas altas de gamuza y larga espada, que bajo la capa se mostraba.

Para concluir, diremos que este hombre se llamaba Gil de nombre y Carrascosa de apellido; educáronle los frailes agustinos de Móstoles, y ya estaba dispuesto para profesar, cuando se marchó del convento, dejando á los Padres con tres palmos de boca abierta. A fines de siglo logró, por amistades palaciegas, que le hicieran abate; mas en 1812 perdió el beneficio, y depuso el capisayo.

Palabra del Dia

jediael

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