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Actualizado: 18 de octubre de 2025
Lleno de despecho tomó su sombrero y bajó con las tres ilustres ruinas, que se llevaron una de las llaves de la casa, dejando á Clara la consigna de no salir del cuarto. Elías, que quedaba también en la casa, tenía la otra llave. No hacía cinco minutos que las Porreñas navegaban hacia la calle de San Mateo, cuando llegó el abate Carrascosa muy presuroso y tocó á la puerta. Elías bajó á abrirle.
Creo, señor don Gaspar, que está usted muy equivocado, y no sé por qué se cree usted tan competente, indicó Carrascosa en tono muy grave. ¿Pues no he de serlo? ¡Yo, que paso las noches oyéndoles á todos, no saber lo que son! Vamos, que algunos que se tienen por muy buenos, no son más que ingenios de ración y equitación.
Usted es de los que creen que esto va á seguir, y que va á haber libertad, y Constitución, y todas esas majaderías. ¡Qué chasco se van á llevar! Le repito que esto se lo lleva Barrabás, y si no, acuérdese de mí. ¿Ya empiezan las facciones, eh? Pues es cierto que les darán que hacer, porque los liberales no se maman el dedo, amigo Carrascosa.
Esta mano protectora era la mano robusta de la mujer de Calleja, la cual, desconcertada y trémula al ver desde el rincón de su tienda la actitud terriblemente agresiva de su esposo, dejó con rapidez la labor, echó en tierra al chicuelo, que en uno de sus monumentales pechos se alimentaba, y arreglándose lo mejor que pudo el mal encubierto seno, corrió á la puerta y libró al pobre Carrascosa de una muerte segura.
No se meta usted en esas cuestiones, que no son para cabezas ramplonas y de cuatro suelas. Usted es el que no debe meterse en ellas exclamó Carrascosa sin poderse contener; y el tiempo que le dejan libre las barbas de sus parroquianos, debe emplearlo en arreglar su casa.
Palabra del Dia
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