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Durante la travesía, que no fué de las más rápidas, recuerdo confusamente haber visto pasar ante mis ojos, bosques, claros, lagos y oasis de frescura, ocultos entre los valles; pero al aproximarme al castillo de Laroque, me sentí asaltado por mil pensamientos penosos que dejaban poco lugar á las preocupaciones del turista.

Un individuo que venía a Madrid en diligencia, entró en una posada a las doce del día y preguntó: ¿Cuánto vale la comida? Doce reales. ¿Y la cena? 45 Ocho. Pues déme Vd. de cenar. ¿Qué tienes José? ¡Estoy desesperado! ¿Por qué? 50 Se me ha perdido el perro. ¿Y por eso te desesperas? ¡Ya lo creo! Y te juro que si no aparece, le mato. En una posada. Un turista inglés pide liebre.

En el hotel Universo me dieron, para alojarme, ese inmenso dormitorio con esas maravillosas pinturas al fresco, que fue ocupado por Ruskin durante tanto tiempo, y antes que el Ave María resonara a través de las colinas y planicies, me separé de Babbo y encamineme, como turista, a la magnífica iglesia medioeval, cuya obscuridad sólo la atenuaban las velas que ardían en los altares laterales y delante de la imagen de Nuestra Señora.

Por último, si quereis marchar sobre el lomo brillante y resbaloso de las neveras, exponiendo la vida por un capricho de turista, necesitareis saltar sobre grietas profundas de cristal, y trepar cuidadosamente por escalones que vuestro guia va practicando en el hielo á golpes de pico ú hacha. ¡Qué de transiciones y variedades físicas y sociales entre la region de los ferrocarriles y la de las neveras, entre el ingeniero y el cazador salvaje!

El paisaje, rudo y tranquilo, tiene una majestad religiosa: á un lado, el terreno deriva en ondulaciones suaves hacia Bayona; al otro aparecen los Pirineos, con sus lomas nevadas, y la vecindad de Roncesvalles habla al «turista» de heroísmos centenarios. El mismo Rostand dirigió y compuso la arquitectura, á trozos vasca y á trozos bizantina, de su hotel.

No resisto á la tentacion de contarla, porque ella manifiesta uno de los rasgos característicos del pueblo inglés, tan prosáico y excéntrico al mismo tiempo. Pocas horas antes de embarcarme en Marsella, llegó al hotel donde yo estaba un caballero inglés muy serióte, de porte distinguido y con toda la filiacion de un turista ó aficionado á viajes.

Desde allí subimos por el río Azul hasta Tien-Tsin en un pequeño «steamer» de la Compañía Russal. Yo no iba a visitar la China con esa curiosidad ociosa de turista; todo el paisaje de aquella provincia, semejante al de un vaso de porcelana, de un tono azulado y vaporoso, con colinitas peladas y de tiempo en tiempo un arbusto solitario, no me hizo salir de mi sombría indiferencia.

Al día siguiente, en Málaga, le pillamos infraganti en el hotel, presentándole á un comerciante toda su colección de cartones con muestras de mercancías; y aunque se sostuvo en lo de las conquistas femeninas, confesó que sus viajes cosmopolitas habían sido hechos no por un inglés turista, sino por un robusto judío alemán, comisionista de la casa H. B. & e Manchester.

Poco importa que «los intelectuales» comulguen en estas ó aquellas tendencias estéticas, pues todas esas «modas de belleza» son accidentales y pasajeras: lo importante para el turista que por primera vez se asoma á una ciudad, es «el rebaño», la multitud abigarrada y omnipotente; y ésta, en sus juicios, siempre fué inconsciente y unilateral.

Hoy, un japonés es un señor civilizado vestido a la europea; un polinesio va como turista a la Meca, en un magnífico paquebot de quince mil toneladas. La musa del progreso es la rapidez: lo que no es rápido está condenado a morir. Todo ello es mejor, ¿quién lo duda?