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Pepita, tranquilizada ya, reía ante el entusiasmo hiperbólico de su novio. ¡Qué exagerado! ¡Qué... romántico! ¿Pero era verdad que le causaba tanta impresión su voz?... Y se extrañaba de buena fe, de que una canción pudiera conmoverle tan hondamente.

¿Por qué?... Pasada la sorpresa, él obedeció. Recordaba que en todos sus viajes, cada vez que se creían felices en un lugar, formulaba su amante el mismo deseo. «Escupe para que volvamosEquivalía a dejar algo de sus personas que alguna vez había de atraerlos irresistiblemente. Hizo lo mismo ella, y súbitamente tranquilizada se agarró de su brazo.

Una gran calma adormecía su casa cuando entró María Teresa. Tranquilizada por este silencio, subió sin hacer ruido hasta el cuarto de su padre, y como la puerta estaba entreabierta, se deslizó al interior. En seguida se detuvo.

La muchedumbre, súbitamente tranquilizada, fue sentándose, pasando su atención del torero herido a la fiera, que aún se mantenía en pie, resistiendo a las angustias de la muerte. El Nacional ayudó a colocar a su maestro en una cama de la enfermería. Cayó en ella como un talego, inánime, con los brazos pendientes fuera del lecho.

Sabía que en lo sucesivo no tenía por qué temer el encontrarme con él. Marta dormía todavía. Cuando miré a la habitación por la abertura de la puerta, la vi hundida en las almohadas, con la cabeza echada hacia atrás, y una respiración corta y oprimida. Tranquilizada, me alejé para entrar inmediatamente en mis funciones de ama de casa.

Y lo empujó en su salida, á pesar de que Ulises le dejaba franco el paso, repitiendo sus excusas, haciendo recaer toda la responsabilidad en la torpeza del sirviente. Se detuvo ella ante el emparrado, súbitamente tranquilizada al verse en pleno aire. Buscó la mesa más lejana y fué á sentarse de espaldas al cuarto. ¡Qué antro!... dijo . Venga aquí, Ferragut.

Luego, Margalida, súbitamente tranquilizada por las palabras de su hermano, había callado, quedando inmóvil en el lecho; pero durante toda la noche oyó el Capellanet suspiros de angustia y un ligero murmullo, como si debajo del embozo una voz queda murmurase palabras y palabras con incansable monotonía. También la joven había estado rezando.

Confuso, evitando algunos detalles, Krilov refirió a su mujer su aventura con la joven estudianta, y manifestó sus temores de que la muchacha pudiera encontrárselo por casualidad. ¿No es más que eso, pues? gritó Macha tranquilizada . ¡Y yo que me había figurado cosas terribles! No hay por qué atormentarse; no tienes más que afeitarte la barba y quitarte las gafas para que no te reconozca.

Estoy segura de que mi marido, que sólo gusta de ocuparse en cosas serias y enojosas, también es de los que creen próxima la guerra y se preparan para hacerla. ¡Qué disparate! Di conmigo que es un disparate. Necesito que me lo digas. Y tranquilizada por las afirmaciones de su amante, cambió el rumbo de la conversación.

Súbitamente tranquilizada, la bestia se irguió. Era un hombre, un viejo. Otras larvas humanas fueron surgiendo al conjuro de sus gritos, pobres seres que habían renunciado á la verticalidad, que denuncia desde lejos, y envidiaban á los organismos inferiores su deslizamiento por el polvo, su prontitud para escurrirse en las entrañas de la tierra.