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Con fingida humildad, Lobato se burló de su amo; haciéndose el tonto, el ignorante, le hizo ver que él, Bonis, era el que no sabía lo que traía entre manos. Los caseros se reían también del amo, con sorna que no podía tachar de irrespetuosa. Se rascaban la cabeza, sonreían y se aferraban a la idea de no pagar mejor que hasta la fecha.

¿Qué tienen esos hombres que tachar? preguntóme a su vez el médico. Que son rústicos, que están ineducados. Como deben de ser y como deben de estar me replicó inmediatamente , para el destino que tienen en el cuadro.

; á ese carácter prodigioso faltan dos cualidades capitalísimas. ¿Cuáles son? Las siguientes; y cuidado que cuando yo censuro, tengo derecho á que se me crea, porque al tachar un vicio, siento dolor. La censura que cae de mi humilde pluma, es una flor mústia que mi alma deposita en la urna sagrada de la verdad.

Don Alejandro, hondamente condolido de él, para dulcificarle en lo posible el amargor de las suyas y acabar de explicarse, continuó en estos términos: Yo no tengo nada que tachar en Leto, amigo mío, y mucho menos en usted: por donde quiera que se les considere, valen tanto como nosotros, más si es preciso; pero yo, como le he dicho, tenía mis planes; los vi desbaratados de repente y cuando más seguros los creía; supe la causa de ello; y ¡qué canástoles! don Adrián, hice, por de pronto, lo que hubiera hecho usted en mi caso: aislarme del peligro para pensar a solas, para discurrir sobre él... No es uno dueño de los primeros movimientos del ánimo; y la amarga sorpresa me ofuscó.

Y es de advertir que cuando de tarde en tarde visitaba Pepe Guzmán a la marquesa, lejos de tachar por extremado aquel celo de la madre, se le estimulaba con preguntas y advertencias que no suelen hacer los hombres corridos, por el bien del primer rapazuelo con quien topan. También se preocupaba mucho el despreocupado galán con los lodazales y las charcas.

No era presumida, ni tampoco descuidada en su persona; no se la podía tachar de desenvuelta, ni tampoco de huraña. Coqueterías, jamás en ella se conocieron.

¡Una tacha!... Y ¿cuál fue eya? No la pintaste muy clara, pero la diste a entender. Después de ponderar por cosa buena a la moza, añadiste «y eso que...» como quien dice: «no es oro todo lo que reluce». Lo diría yo, si es casu, por su padre... o por su madre. Y ¿qué tienen su padre o su madre que tachar? ¡Qué yo! Historias. Conque historias... ¿Y quién es el padre? Echeli usté un galgu.

Esto es un prodigio, un milagro; pero la madre tiene el don celestial de hacer milagros y prodigios. Sobre una madre no hay nada en el mundo, nada absolutamente más que Dios. No se me puede tachar de indiferente, ó de descastado. Adoro á mi madre, adoro á todas las madres de la tierra; adoro á las madres, no á las ayas. ¡Misterio incomprensible!

Toda la Memoria estaba escrita en el francés estrafalario que hablaba el señor de Sieboldt: «Si yo tenga accionistas... si yo reuniría fondos...» esos defectos de pronunciación que le hacían escribir desatinos como éstos: «Los grandes botes del Asia» por «los grandes vates del Asia» y «el Jabón» en lugar de «el Japón...» Agréguese a esto, frases de cincuenta líneas sin signos de puntuación, sin una sola coma, sin ningún descanso para respirar, y, no obstante, tan bien clasificadas en el cerebro del autor, que le parecía imposible suprimir ni una sola palabra, y cuando me ocurría tachar una línea en un lado, la volvía él a escribir un poco más lejos... ¡Lo mismo da!

De cualquiera de los dos modos que se montase serian ventajosos para la hacienda nacional los resultados, y mas porque consecuencia lejítima era que la real botica desapareciese, y con ella se quitase á la contaduría mayor ese juicio de cuentas de la botica y sus emanaciones: cuentas que es imposible ajustarlas cual corresponde, y menos ponerlas en el punto de vista conveniente para cerciorarse de la lejitimidad de sus ingresos y egresos con la debida claridad; porque si el boticario dice tales y cuales medicinas que se vendieron al público, tanto; tal cantidad por las que se consumieron en el establecimiento, tal por las que se deterioraron, inutilizaron ó se perdieron enteramente: ¿quien puede averiguar y saber lo cierto? ¿quien puede tachar esto, aunque particularmente sepa lo contrario? pues ¿y la puerta al fraude que tiene abierta el boticario por tantos conceptos para gozar cuanto quiera si se dejase llevar de la ambicion ó de un mal deseo? ¿quien podrá juzgar de todo esto? nadie: y si al boticario agrada especular de su cuenta y comprar medicinas bajo el nombre de un tercero, que sabe ha de comprar el hospital y ser él el abaluador, ¿que puerta no se le abre para ganar cuanto quiera y vender sus drogas al precio que guste ponerlas?