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Teme, y envia á convocar la gente Que sella con la blanca cruz el pecho, Porque en su fuerza su valor se aumente. A cuya imitacion Apolo ha hecho Que los famosos vates al Parnaso Acudan, que está puesto en duro estrecho. Yo, condolido del doliente caso, En el ligero casco, ya instruido De lo que he de hacer, aguijo el paso.

Don Alejandro, hondamente condolido de él, para dulcificarle en lo posible el amargor de las suyas y acabar de explicarse, continuó en estos términos: Yo no tengo nada que tachar en Leto, amigo mío, y mucho menos en usted: por donde quiera que se les considere, valen tanto como nosotros, más si es preciso; pero yo, como le he dicho, tenía mis planes; los vi desbaratados de repente y cuando más seguros los creía; supe la causa de ello; y ¡qué canástoles! don Adrián, hice, por de pronto, lo que hubiera hecho usted en mi caso: aislarme del peligro para pensar a solas, para discurrir sobre él... No es uno dueño de los primeros movimientos del ánimo; y la amarga sorpresa me ofuscó.

Ya no hay emoción. ¡Vaya un veranito el que nos espera! Y yo, condolido, le di lo que consideraba un buen consejo. Váyase usted al Congreso le dije . Un viejo aficionado como usted no lo pasará allí del todo mal. Un amigo mío ha sido atropellado por un automóvil.

Hombre, ¡qué lástima! exclamó, verdaderamente condolido, el noble forastero. Como usté lo oye, señor: crea usté que para ha sido hoy un día desgraciao. Y el bueno del aldeano, al decir esto, menudeaba más y más los giros de su sombrero, y bregaba, hasta sudar, con los mechones de su áspera cabellera.

De aquel libro pequeño, que le dió condolido el padre cura, tomaba todos los días unas palabras y trataba de hacerse con ellas una vida humilde, llena de evangélica conformidad; pero aquel esfuerzo la dejaba siempre la boca amarga y el alma trémula, y la voz y los ojos llenos de lágrimas. Toda estaba envuelta en una melancolía fatal, en una indiferencia morbosa que la iba consumiendo.

Y, dando un salto en él, siguiéndole Sancho, cortó el cordel, y el barco se fue apartando poco a poco de la ribera; y cuando Sancho se vio obra de dos varas dentro del río, comenzó a temblar, temiendo su perdición; pero ninguna cosa le dio más pena que el oír roznar al rucio y el ver que Rocinante pugnaba por desatarse, y díjole a su señor: -El rucio rebuzna, condolido de nuestra ausencia, y Rocinante procura ponerse en libertad para arrojarse tras nosotros. ¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia!

Porque eso hace la usura con los desdichados que se ahogan en apuros. De algunos de ellos me he condolido; y por evitar que otros los robaran, casi me he dejado robar yo a ojos vistas. Pero a los más les he enviado enhoramala, porque no merecían caer en manos de un hombre de bien. Y ¡qué porte el suyo! ¡Qué caballeros tan de punta en blanco!... ¡Y qué señoronas de primer lustre!