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Al decir estas últimas palabras, la niña se ruborizó hasta las orejas. Pues tengo noticia de que es usted aficionada a darlos. ¡Oh, no! Eso dice mi amigo Ramón. El rostro de Esperancita se oscureció al oir este nombre. Una arruguita severa cruzó su frente virginal. No por qué lo dice. ¿No le remuerde a usted nada la conciencia? Ni pizca. ¡Oh, qué corazón tan emperdenido! ¿Por qué?

, ; ya voy viendo que no somos una perfección indicó la santa irguiéndose en el asiento como para mirarla más de lejos . Cuando hay arrepentimiento el Señor perdona. ¡Pero usted, por lo visto, tiene una frescura para mirar estas cosas de la moral...!, frescura que no le envidio. Usted está casada: ya que la conciencia no le remuerde por un lado, ¿cómo no le escuece por el otro?

Suya era, pero era mía más que suya; y yo apenas la sentí en mi seno, me propuse con firme resolución que no fuese sino mía. Hasta donde alcanza mi memoria, desde que tengo uso de razón, en el libre abandono de los años primeros de mi vida, no me remuerde la conciencia de hurto, de estafa, ni de engaño o embuste para medrar.

Verdad que siempre fue una maravilla en estos particulares; pero así y todo, cabe mejorarse, y bien sabe usted lo que influyen en el aspecto de las cosas la distancia, la clase y el punto de la luz que las ilumina. «Al fin», me digo yo en estos casos, «la largueza de mi incomparable amigo halló su merecido premio; ya tiene la joya un empleo digno de su gran valor.» Y entonces, amigo mío, no me remuerde la conciencia por ser dueño de lo que no merezco, y hasta me felicito de no haber opuesto mayores resistencias que las que opuse a la rumbosa dádiva de usted. ¡Bien empleada está ahora!

Quien lo tenía era él, el grandísimo cazurro, que con el achaque de que ella se reposase sentía unas ganas atroces de meterse otra vez entre sábanas y roncar como un gañán. Don Germán reía asegurando que sólo temía por la salud de ella. ¡Pero cuántas mentiras me has dicho hoy, Virgen del Carmen! ¿No te remuerde la conciencia de engañar de ese modo a una infeliz mujer?

Podre parecer duro algunas veces; pero como me ablande.... Veo que te asustas. ¿Qué vale un triste pedazo de paño? ¿Era la nueva? No, la vieja.... Y ahora, créemelo, me remuerde la conciencia por no haberle dado la nueva... y se me alborota también por habértelo dicho. La caridad no se debe pregonar. No se habló más de aquello, porque de cosas más graves debían ambos ocuparse.

Por el contrario, cuando la virtud está arraigada en el alma, las reglas morales llegan á ser una idea familiar, que acompaña todos los pensamientos y acciones, que se aviva y se agita al menor peligro, que impera y apremia ántes de obrar, que remuerde incesantemente si se la ha desatendido.

Pero yo no quiero que usted tenga mala idea de ... ¡Cuántas cosas le habrán a Vd contado! ¡Que soy interesada, codiciosa, egoísta, fría, insensible hasta el punto de que por mi culpa se suicidara un hombre! Vamos, que casi le puse yo el revólver en la mano, diciéndole. «Anda hijo, ¿a que no te matasPues no me remuerde la conciencia.

¿Qué tienes? le dijo al fin tímidamente. ¿Estás enfadado conmigo? ¿Por qué había de estarlo? contestó sonriendo tristemente. ¿Te remuerde por algo la conciencia? A no... pero... Miguel guardó silencio unos instantes: los ojos escrutadores de Maximina estaban posados con anhelo sobre él. Tengo que darte una mala noticia dijo al cabo dulcificando cuanto pudo la voz.

Arrodillándome sobre el reborde, adelanté el cuerpo por debajo del tubo hasta poner mi rostro a media vara del suyo. Era Máximo Holf, un hombrachón, hermano de Juan. Deslicé la mano hasta el cinto y saqué el puñal. El recuerdo de aquel momento es el que más me remuerde en mi vida, y no quiero ni pensar si fue aquél un acto varonil o una traición.