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Y entonces nos creemos felices y consideramos compensados con este minuto de satisfacción nuestros largos trabajos. Esto me sucede a ahora, querido Sarrió; y por eso este apretón de manos ha puesto en tanta ufanía como en Alonso Quijano la liberación de los galeotes o la conquista del yelmo.

Acabóse la confesión, y salió el cura, diciendo: -Verdaderamente se muere, y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento.

-Señores -dijo don Quijote-, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño: yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de se tenía, y prosiga adelante el señor escribano.

Coronel. Emilio Avalos. Capitán. Raimundo Martín. Teniente. Ricardo Aguado y Abreus. Teniente. Arturo G. Quijano. Teniente. Abelardo García Fonseca. Teniente Coronel. Tomás Armstrong. Teniente. Lucio Quirós. J. Peñalver y Rondón. Capitán. Martín Marrero y Rodríguez. Capitán Pío Alonso y Riera. Capitán. Ernesto I. Usatorres Perdomo. Capitán. Luis A. Beltrán Moreno. Capitán.

, , talento tienen, indudablemente; pero les falta esa simplicidad, esa visión humilde de las cosas, esa compenetración con la realidad que Alonso Quijano encontró sólo en su lecho de muerte, ya curado de sus fantasías. El obispo come un poco separado de la mesa, con ademanes distraídos, como olvidándose a veces de que ha de continuar en la tarea de engullir las viandas.

Estas nuevas dieron un terrible empujón a los ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho Panza, su buen escudero, de tal manera, que los hizo reventar las lágrimas de los ojos y mil profundos suspiros del pecho; porque, verdaderamente, como alguna vez se ha dicho, en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno, a secas, y en tanto que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre de apacible condición y de agradable trato, y por esto no sólo era bien querido de los de su casa, sino de todos cuantos le conocían.

Su Dulcinea era la patria; sus encantadores los enemigos políticos del periódico. Faltábale á su carácter la esencia romancesca que había en el de Quijano el Bueno: de otro modo, le hubiera costado muy poco hacer de su peludo cuartago un Rocinante, y, olvidado de su pleito, salir en busca de aventuras hasta romperse el alma con los verdugos de la perseguida patria.

Quijano hacía de tripas corazón. Le llevábamos al campo del honor, donde con mucho miedo, pero con tesón muy grande, apuntaba al pecho de su contrario; mas como las pistolas estaban cargadas con sal, no pasaba nada... Lo extraño es que siendo medianamente instruido, creyese en influencias de las estrellas, en barruntos y aun en maleficios.

El barbero decía también: Aquí traigo mi navaja, no para afeitar a vuesa merced, sino para vengarme de ella por las bromas que ha dado a mi cliente don Alonso Quijano y a sus parientes y amigos...

Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida y muerto naturalmente; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente, y hiciese inacabables historias de sus hazañas.