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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Cervantes, que haciendo un último esfuerzo se había levantado a echar también a los incómodos visitantes, cayó entonces sobre Alonso Quijano el Bueno... Y mientras Sancho, arrodillado, le cubría las manos de lágrimas, rindió su alma a Dios en los brazos de don Quijote.
Y de pronto la enorme diligencia parte, con formidable estrépito de herrumbres, en dirección a Infantes, donde expiró Quevedo, hacia «el antiguo y conocido campo de Montiel», por donde Cervantes hizo caminar a Alonso Quijano la vez primera...
Y dime ahora: ¿qué has hecho de los dos mil duros que a ti y a tu hermano os dejó D. Santiago Quijano? Ya los has gastado en el pleito, en vestidos, en la educación de Mariano, y.... confiésalo, que si es un misterio para todo el mundo, no lo es para quien te habla en este momento... No lo ocultes, pues no hay para qué. Más de la mitad de aquel dinero te lo ha distraído Joaquín Pez».
Si a doña Guiomar no conociera, si no la amara, si de su tragedia involuntaria causa no fuera, si a Margarita no encontrara, corrido por distinto cauce hubieran las cosas, y en vez de llegar a ser Cervantes el Manco de Lepanto, casádose hubiera dichosamente con su doña Guiomar, y andando el tiempo no se hubiera visto en ocasión de ir, para asuntos que no eran suyos, a la Mancha ni a Argamasilla, ni conocido hubiera a Aldonza Lorenzo, ni a Alonso Quijano, ni a Sancho Zancas, y probablemente no tendríamos nuestro buen Don Quijote con que recrearnos y enorgullecernos, teniendo tal vez que contentarnos con Rinconete y Cortadillo y el Coloquio de los perros, y con las Ejemplares; ¡y quién sabe! que un leve acontecimiento, importante en la vida de un hombre, todo el curso de su vida cambia, echándole por otro cauce.
Lo que yo afirmo es que al declararse usted sucesora de la casa de Aransis, ha sido víctima de un gran engaño. Las indagaciones que hemos hecho nos han llevado a averiguar que el autor de esa execrable comedia fue Tomás Rufete, logrando engañar primero a D. Santiago Quijano y después a su hija... ¿Conoció usted a mi tío el Canónigo?
Pero de este trabajo se escusó la sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo: -Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno.
El cual, hora es ya decirlo, no era tal Canónigo ni cosa que lo valiera, sino un seglar soltero, viejo y extravagante, a quien desde luengos años se había aplicado aquel apodo por su amor a la vida descansada, regalona y sibarítica. En sus buenos tiempos, D. Santiago Quijano Quijada, primo carnal de Tomás Rufete, había sido mayordomo de una casa grande, y después administrador de otras varias.
Palabra del Dia
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