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En seguida, y habiéndose despedido del lectoral, levantó su preciosa mano, exornada de randas, y, mirando en los ojos a los mancebos, díjoles con imperio: Vosotros seguidme. Volvió las espaldas, segura de ser obedecida, y desapareció. Los dos hermanos se fueron tras ella, y durante unos segundos oyose alejarse por el corredor el golpeteo de las espuelas.

En cambio, los rumores que desde adentro se percibían lejanos y con intermitencias, desde allí resultaban continuos, más acentuados y más próximos. Debía producirlos el río despeñándose a corta distancia de la casona. A este murmurio incesante que casi era bramido ya, servía de fastidioso acompañamiento el golpeteo de la lluvia, vertida en el suelo por las canales del tejado.

Preguntámosle si se encontraba bien; respondió que «como nunca jamás», aunque no hallaba en sus pulmones ingurgitados alientos para decirlo; arrimámonos a la puerta, y allí esperamos, como dos centinelas inmóviles, lo que empezaba ya a llegar y se sentía hacia el estragal por el ruido de las almadreñas o alguna palabra que otra a media voz, y en la escalera y en el pasillo, por el sordo golpeteo de las pisadas con escarpines en los inseguros tablones del tillado, y el resoplar inconsciente de tantas respiraciones contenidas a la fuerza.

Debutó él con un saludo y luego con un zapateado en que lucía todas las gracias de sus pies adiestrados, siguiendo al mismo tiempo el compás, mientras el guitarrero se desgañitaba, gritando con voz gangosa: "¡salta la perdiz madre!" y ella, la consentida, se hacía la que huía de los ataques del animalito que era empecinado y la seguía, haciendo resonar el suelo con el acompasado golpeteo de sus pies.

Los últimos carruajes rodaban sobre las losas del patio del hotel y a mis oídos llegaba el ruido de los estribos al ser plegados y el golpeteo de las portezuelas al cerrarse.

Estuve un largo rato tumbado en el suelo, boca arriba y con ambas manos sobre los ojos, porque sólo así encontraba el absoluto descanso que me era indispensable entonces. Sentía fuertes latidos en el corazón que repercutían en las sienes, y al vivo compás de este golpeteo funcionaban mis pulmones.

El nuevo arco de la iglesia estaba a punto de terminarse. Sin embargo, al tercer domingo aún comenzó más temprano el golpeteo seco y metálico de la herramienta sobre la piedra; pero el ruido era mucho más débil: sin duda trabajaba poca gente.

Pero ya en el movimiento de los pies y en la dilatación de las narices de Vezzera, conocí su tensión de nervios. Dile que te diga se dirigió a María por qué realmente no quería venir. Era tan perverso y cobarde el ataque, que lo miré con verdadera rabia. Vezzera afectó no darse cuenta, y sostuvo la tirante expectativa con el convulsivo golpeteo del pie, mientras María tornaba a contraer las cejas.

Caminábamos al paso de nuestras cabalgaduras; muchas veces parecía que se olvidaba él que yo le acompañaba, para seguir como adormecido el monótono andar de su caballo escuchando el golpeteo de las herraduras sobre los cantos rodados de la costa.

En esto un rudo golpeteo, como al desembocar del carrejo en la salona, y al mismo tiempo una voz que respondía a estas llamadas enérgicas: ¡Allá va, jinojo!...