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Flora hacía signos negativos con la cabeza, pero en el fondo de su alma estaba diciendo: «¡Qué cosas tiene este D. Félix! ¡Cómo voy á negar el dinero á mis abuelos si veo que lo necesitanBueno, ahora adiós, hija mía. Has de volver pronto, ¿eh?... cuando recojamos el maíz y haya esfoyaza.

La impresión que recibió fue penosa: dando al olvido las inquietudes inspiradas por la conducta que Félix observaba respecto a ella, pensó en que ya no vería cerca de al primer hombre en quien creyó hallar algo como una promesa de felicidad.

-Una por una, yo haré, puesto allá, las diligencias posibles, y haga el cielo lo que más fuere servido -dijo don Antonio-. Don Gregorio se irá conmigo a consolar la pena que sus padres deben tener por su ausencia; Ana Félix se quedará con mi mujer en mi casa, o en un monasterio, y yo que el señor visorrey gustará se quede en la suya el buen Ricote, hasta ver cómo yo negocio.

Hízole suspender la lectura, y abordando de frente la cuestión, le dijo que por su propio interés, por no pecar de ingrato y en gracia de Josefina, era necesario que Félix Aldea volviese como antes a frecuentar la casa.

Al atravesar el puente y entrar en el Campo de la Bolera, tropezó D. Félix con Maripepa que iba con un jarro de barro negro á la fuente. Estaba tan alegre que la detuvo y se puso á charlar con ella. Pero la coja no se hallaba de tan buen humor.

Defendíase y alzaba el duque la voz como aquel a quien van faltando armas; respondíale Félix tranquilo, al parecer, pero en el fondo con interés vehemente, hasta que el duque, formulando torpe y rudamente su modo de pensar, exclamó: Quizá tenga usted razón.

Busca en seguida al amante, sacándolo de su escondite; pero la sorpresa de Laura es extraordinaria, al encontrarse con Lisardo, porque Don Félix, con ayuda de una criada, ha podido huir por una puerta trasera, y Lisardo, que estaba de visita en casa de Clara, se ha refugiado en la de Don Iñigo, huyendo de la primera por la vuelta repentina de Don Antonio, y ocultándose en el mismo lugar, en que estuvo antes Don Félix.

Extráñalo mucho Don Iñigo, y encarga á Don Félix que diga á su compañero, que espera inmediatamente su casamiento con su hija, y que, en caso contrario, ha de darle una satisfacción sangrienta. Don Félix promete hacerlo; vase el anciano, y acuerdan ambos amigos que Lisardo celebre una conferencia secreta con el padre de Laura, y que le descubra sin ambajes la verdad.

Parecían sentir profundo desprecio por aquellos aldeanos y sus juegos. Delante de la puerta del lagar de D. Félix había un numeroso grupo de hombres. Entre ellos estaba Jacinto de Fresnedo rodeado de sus amigos los montañeses de Villoria, que se habían bajado del castañar poco hacía por consejo de Nolo.

D. Félix se dejó abrazar con más resignación que otras veces, y antes de enterarse de lo que allí le traía dió orden á Regalado para que hiciese traer unas botellas de sidra. Observó que el rostro de éste, contra su costumbre, no estaba alegre, sino sombrío; pero no hizo alto en ello.