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Lázaro entonces intentó gritar; pero el asombro le ahogó la voz en la garganta, porque al volverse para entrar conoció al que de tan sospechosa manera penetraba en el palacio de los duques, y aquel hombre era Félix Aldea, el mismo que pocos momentos antes había hecho brotar de los labios de Josefina una sonrisa de felicidad.

Y sin comunicarla á su protectora sale de la estancia, baja las escaleras de la casa, se detiene delante de la habitación de D. Félix y llama suavemente con la mano. Nadie responde. Vuelve á llamar más fuerte. ¿Quién es? pregunta con aspereza una voz. Soy yo, D. Félix... Si no le molestase... ¡Ah! ¿Eres , hija mía?... responde otra voz mucho más suave.

Les miro sin intención ninguna, ¡bien puede usted creerme! Con la sonrisa de vanidad triunfante que contraía su boca desdentada, Maripepa estaba tan horrible que don Félix necesitó volver la cara y proseguir rápidamente su camino para no soltar la carcajada. En esta disposición alegrísima llegó á su casa.

Pocos en aquel jolgorio gozaban tanto, sin embargo, como el capitán D. Félix, cúya era la casa ante la cual ardía la lumbrada. Bajo y menudo de cuerpo, facciones agraciadas, cabellos grises y ojos extremadamente vivos, podría juzgársele por hombre de cincuenta años, aunque pasaba bien de sesenta.

Todo el mundo conocía aquella partida en el valle de Laviana. Antes dejaría el ganado de pacer sobre las verdes pradreras de Entralgo, antes las nubes de rodar sobre la cresta de la Peña-Mea que D. Prisco y D. Félix dejasen de ponerse el uno frente al otro con las cartas en la mano. No era, sin embargo, la avaricia lo que les empujaba, aunque ambos pecasen un poco por este lado.

Sólo dentro del lagar de D. Félix, esclarecido por un candil, departían amigablemente cinco ó seis paisanos apurando vasos de sidra. Martinán les escanciaba.

Lope Félix de Vega Carpio, y elogios panegíricos á la inmortalidad de su nombre, en Madrid, en 1636. Hasta las musas italianas lloraron la muerte de Lope; en el año 1636 apareció en Venecia, con el epígrafe de Essequie poetiche, un volumen elegiaco de los más famosos poetas italianos.

En cuanto a lo del agravio inferido, no podía Algalia explicarse satisfactoriamente por qué se había ofendido Félix por una frase dicha con cierto carácter de generalidad.

Don Félix se oculta de nuevo; Don Antonio excusa su presencia con el encargo de Clara, y se retira. Don Iñigo cuenta á su hija que conoce ya á Don Félix, que le ha agradado mucho, y que se propone ofrecerle su casa para vivir en ella.

D. Félix de Castro, Capitan de Patricios; el Sr. Dr. D. Alejo Castex, Abogado de esta Real Audiencia, y Teniente Coronel urbano; el Sr. D. Nicolas Vedia, Teniente del regimiento fijo de infanteria; el Sr.