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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Josefina entró en el cuarto de la duquesa resuelta a descubrir francamente la inclinación que hacia Félix sentía, pidiendo a su madre ayuda para que pudiese aquel hombre ir decorosamente a la casa; pero frente a Margarita la energía y la resolución dieron en tierra; rompió a llorar, y balbuceó entre temores lo que se había propuesto decir claro.

No, señorita, me contestó, estoy segura de mi cuenta y es usted una mala jugadora. Y usted una mentirosa, le respondí. Está bien, la desprecio demasiado para contestarle, me dijo. La hermana Sainte Félix, llegó afortunadamente en ese momento, pues yo creo que iba á pegarle... He ahí lo que ha pasado. Ya ves, es imposible arreglarnos después de esto. ¡Imposible! eso sería una cobardía.

Firmados, pues, en este parecer, se desembarcó el virrey, y don Antonio Moreno se llevó consigo a la morisca y a su padre, encargándole el virrey que los regalase y acariciase cuanto le fuese posible; que de su parte le ofrecía lo que en su casa hubiese para su regalo. Tanta fue la benevolencia y caridad que la hermosura de Ana Félix infundió en su pecho.

Se abre la puerta y á la luz del velón se ve al capitán, cuyo rostro pálido, demudado les dice bien claramente lo que había acaecido. El perro se arroja á acariciarle y cae al suelo accidentado por vejez y exceso de alegría. Don Félix, sin pronunciar palabra, entra en el portal y sube al salón. Nadie osa preguntarle, pero D.ª Robustiana y todas sus comadres estallan en sollozos.

Aborrecía lo que D. Félix amaba, esto es, el campo, el trato de los paisanos, los placeres y los alimentos rústicos; amaba lo que él aborrecía; á saber, la vida de ciudad, el boato, la etiqueta. Por esta razón y por lo endeble y vacilante de su salud pasaba sólo cortas temporadas en Entralgo.

, mírala allá en el rincón. Y me mostró con un movimiento de cabeza una niña pequeña muy rubia, que tenía como ella los ojos colorados, las mejillas inflamadas, y que parecía hacer en aquellos momentos, á una anciana muy atenta, el relato del drama que la hermana Sainte Félix había afortunadamente interrumpido.

Mas una legión de ninfas y de amores que retozan en aquel instante por la pomarada de D. Félix asoman su cabeza por encima de las paredillas y de las zarzas que la recubren para contemplar á la gentil aldeana, señalan con el dedo sus labios de cereza, sus ojos negros brillantes, su marcha airosa, cuchichean y sonríen. ¡Allá va Flora!

Un interesante estudio histórico publicado por don Félix Cipriano Zegarra en la Revista Peruana, en 1879, nos ha convencido de que la virreina que estuvo en Lima se llamó doña Francisca Henríquez de Ribera. CRÓNICA DE LA

Ella se contentaría con un beso el día de las victorias, endulzaría con una frase las amarguras, y lejos de pensar que el matrimonio es el egoísmo de dos, sus ensueños de ventura se lo hicieron vislumbrar como la abnegación de uno solo. Josefina no amaba todavía a Félix.

Con estas prevenciones, que eran generales en Europa, llegó a Buenos Aires don Félix de Azara, uno de los comisarios españoles para la última demarcación de límites.

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