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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Los imitadores de Góngora no quisieron ser menos que su maestro. Hállase inserta en las Obras póstumas divinas y humanas, de D. Félix de Arteaga: Madrid, 1641.
Bien sabía D. César que Sócrates no había escrito obra ninguna, pero se valía de este ardid retórico para expresar la influencia que los altos pensamientos del filósofo habían ejercido, justificando de paso los objetos que tenía en las manos. Traspuso D. Félix la puerta y no viendo á nadie subió la escalera sin llamar, como quien tiene derecho á ello.
24 Y que aparejasen cabalgaduras en que poniendo a Pablo, le llevasen a salvo a Félix, el gobernador. 25 Escribió una carta en estos términos: 26 Claudio Lisias al excelentísimo gobernador Félix: Salud. 28 Y queriendo saber la causa por qué le acusaban, le llevé al concilio de ellos;
Don Iñigo, padre de aquélla, recibe sorprendido una carta de Granada, por la cual le recomienda eficazmente á Don Félix un amigo de su juventud: sale, pues, inmediatamente para buscar á su recomendado; Laura recibe, por intermedio de un criado, y como regalo de su amante, una banda, suplicándole aquél que la lleve en recuerdo de su amor; pero teme llamar la atención de su padre si se la pone en seguida, por cuya razón la envía á su amiga Clara, para que se la devuelva luego ella, como si fuese verdaderamente quien le hiciera este obsequio.
Así hablaba el capitán D. Félix sentado en el pórtico de la iglesia antes de celebrarse la misa.
Todos acogen con hurras y palmadas este sensato discurso. Sólo D. Félix, D. César y D. Prisco permanecen silenciosos y taciturnos. Al sentarse el sobrino del capitán se levantó el ingeniero que había llegado de Madrid. Era un joven de fisonomía inteligente y agraciada.
Desde aquel día, en efecto, cambió mucho ya la actitud de D. Félix con la zagala. Sin embarazo alguno fueron tantas y tan vehementes las pruebas de afecto que le prodigó que Flora quedó tan admirada como conmovida.
Sí señor, y espera armado con su escopeta á que usted le ordene qué ha de hacer. D. Félix meditó algunos momentos el plan de batalla. Sentía en aquel momento una viva emoción que acaso no fuera enteramente desagradable. La perspectiva de un combate después de tantos años de paz despertaba sus dormidas energías de soldado. Se creyó, pues, en el caso de apelar á sus conocimientos militares.
D. Casiano, que estaba en pie, se dejó caer sobre el asiento turbado y abatido. Serénese usted, D. Félix... Serénese usted y hablemos en razón articuló trabajosamente. ¡Estoy sereno! ¡perfectamente sereno!... ¿Cuándo me ha visto usted perder la serenidad? vociferó el capitán echando espumarajos por la boca.
Quiso Antero discutir con su tío; probarle que estas lacerias no son consecuencia obligada de la industria y las minas, sino perturbaciones accidentales que al cabo quedan suprimidas por sí mismas cuando los obreros se hacen más cultos por la enseñanza y el trato. Pero don Félix se negó á escuchar.
Palabra del Dia
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