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Actualizado: 14 de mayo de 2025


La viva disputa de D. Félix con Antero había producido cierto malestar. Se deploraba en voz baja que aquél tuviese un carácter tan violento. Al cabo renació la calma, terminaron los comentarios, y la alegría y la franqueza volvieron á reinar sobre los convidados.

No había cumplido cuarenta años ni representaba más de treinta. ¿Por qué había adoptado semejante determinación? La repugnancia á tomar parte en una lucha fratricida, decía él: el amor entrañable á la tierra y la inclinación á la vida del campo, decía todo el mundo. D. Félix no tenía de militar más que la bravura.

La mujer se mostraba pesarosa en extremo; parecía dolerse también de tener que manifestarse agradecida a quien consideraba inferior a su casa; calculaba la ofensa hecha a Félix, y, sobre todo, no perdía ocasión de repetir a su marido que Aldea estaba enamorado de Josefina. A pesar de todo, el disgusto tomó en Margarita un aspecto distinto del que pudieran prestarle tales consideraciones.

En época imprecisa, por este tiempo, entró Lope en íntimas relaciones con la que había de ser madre de sus hijos Marcela y Lope Félix, la Camila Lucinda, tan celebrada en innumerables versos.

Doña Águeda, mujer débil, fanática y entermiza, de muy poco carácter, estaba dominada constantemente en las cuestiones de la casa por alguna criada antigua y en las cuestiones espirituales por el confesor. En esta época, el confesor era un curita joven llamado don Félix, hombre de apariencia tranquila y dulce que ocultaba vagas ambiciones de dominio bajo una capa de mansedumbre evangélica.

El tiempo es breve y yo largo; Y así he de dejar por fuerza De alabar tantos ingenios Que en un sin fin procediera; Pero de paso diré De algunos que se me acuerdan, Como el heróico Velarde, Famoso Micer Artieda; El gran Lupercio, Leonardo, Aguilar el de Valencia, El licenciado Ramón, Justiniano, Ochoa, Zepeda, El licenciado Mexía, El buen Don Diego de Vera Mescua, Don Guillén de Castro, Liñán, Don Félix de Herrera, Valdivielso y Almendarez, Y entre muchos, uno queda: Damián Salustio del Poyo, Que no ha compuesto comedia Que no mereciese estar Con las letras de oro impresa, Pues dan provecho al autor Y honra á quien las representa.

Gracias á que D. Félix le socorrió prontamente descargando recios garrotazos en el lomo del pirata, logró escapar de sus garras. Y cuando salieron del pueblo por largo trecho el buen Talín fué resoplando unas veces, otras gimiendo, otras blasfemando en un estado de agitación sólo comparable al de su dueño. El sol declinaba.

Y con la mayor inocencia se acercó á él y le puso la mano encima para acariciarle. El neurasténico perro gruñó irritado. D. Félix volvió la cabeza y dijo: No tengas miedo, que no hace nada. Entonces la zagala, más por obedecer á D. Félix que por deseos de seguir acariciándole, volvió á pasarle la mano sobre la cabeza.

En este instante se oye ruido de espadas en la calle, y las voces de Don Antonio y Don Félix, que pelean, y á la vez los gritos de socorro de Clara, diciendo: «¡Que matan á mi hermanoLisardo duda, en el instante, á qué lado inclinarse, puesto que á un tiempo lo llaman su amigo y su amada; pero sale al fin corriendo, y exclama: «¡Antes que todo es mi dama

En tanto, pues, que la morisca cristiana su peregrina historia trataba, tuvo clavados los ojos en ella un anciano peregrino que entró en la galera cuando entró el virrey; y, apenas dio fin a su plática la morisca, cuando él se arrojó a sus pies, y, abrazado dellos, con interrumpidas palabras de mil sollozos y suspiros, le dijo: ¡Oh Ana Félix, desdichada hija mía!

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