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Me inspiran compasión esos traidores Que vallas van poniendo en mi camino, Mi numen de centellas y fulgores Les señala a cada uno su destino. No me asusta el ladrido de los canes Que celosos envidian de mi suerte; Yo, como Cristo, repartiendo panes Protejo al débil cuanto insulto al fuerte.

Las clavellinas que de ingente roca nacen en la hendidura, envidian los perfumes de su boca, y el marfil de sus dientes la blancura. De su albo cuello en el contorno vago algo incorpóreo, inmaterial se extiende... ¡Es el cisne del lago! ¡Es la paloma que el espacio hiende!

¡Pero, Santa Virgen! exclamó Santiago que había estado a punto de interrumpir veinte veces al artillero Pérez , pero ¡por la corona de espinas de Jesucristo! si yo he dado ese consejo, no ha sido para ejecutarlo yo mismo, y puesto que envidian mi lugar...

Este se presenta como amante suyo, y se desposa con ella; el himeneo se celebra primero en su casa, en donde descubrirá su rostro, velado hasta entonces; para acompañar á la desposada hasta ella, la entrega á la Verdad y á la Razón. Las hermanas de Psiquis, que se llaman Irascible y Concupiscible, envidian la dicha de la desposada, y se conjuran con los tres amantes desdeñados para destruirla.

Pues sin miramientos ni reparos voy a dártele desde el fondo de mi corazón, en vista de lo que me dices..., y de lo que te callas, y, sobre todo, de que me le pides: Lleváis aquí cuatro o cinco años de establecidos, y en ese tiempo habéis hecho una fortuna que os permite ser las personas más independientes del pueblo. Todos en él os necesitan, casi todos os respetan y muchos os envidian.

Yo he estrenado un drama con inenarrable éxito. Yo tengo un estómago delicado. Esta última superioridad es la que todos le reconocen. A eso voy. Yo necesito beber agua de Vichy en las comidas. Yo comprendo que, cuando vamos en fila al refectorio, yo, el único, con mi botella de agua de Vichy en los brazos, todos los demás me envidian, y diré más, hasta me aborrecen.

«Chantecler» es el drama del esfuerzo humano en su lucha implacable por la vida; es el calvario del varón fuerte que, luego de vencer á su rival poderoso y de sobreponerse á las asechanzas de los cobardes que le envidian, encuentra á la faisana, la mujer emancipada, celosa del poder y de los ideales del macho ideales que no comprende y ante los cuales se siente postergada, y que sólo á regañadientes concluye por rendirle pleitesía.

Y le envidian al triste viajero cuando cruza la tierra veloz... ¡Ay! ¡no saben que dentro del alma existe un vacío do falta el amor! Volverá el peregrino a su patria, y a sus lares tal vez volverá, y hallará por doquier nieve y ruina, amores perdidos, sepulcros, no más.

Y al día siguiente de todo este aparato teatral, cuando se apagan las luces e incensarios y la iglesia recobra su aspecto vulgar, la vida mísera y la intriga para ganarse el pan: ¡siete duros al mes por aguantar a todas horas a unas pobres mujeres con el humor agriado por el encierro, vulgares como criadas de servicio, que pasan la vida averiguando en el locutorio lo que ocurre en la ciudad y fabricando porquerías dulces para obsequiar a los señores canónigos y a las familias protectoras de la casa...! ¡Y aún hay curas que envidian, que ladran de hambre contra por la dichosa capellanía de monjas, y me tienen como un adulador del palacio arzobispal, no comprendiendo de otra manera que siendo tan joven haya pescado esta prebenda que me permite vivir en Toledo con siete durazos mensuales...!

Los inmortales se aburren tanto en su serenidad inacabable y de tal suerte envidian los conflictos y combates del mundo, que, a veces, no pudiendo resistir la tentación, descienden convertidos en nubecillas leves y flúidas a pelear entre los hombres, según cuenta Homero. Esto lo sabía Apolonio, desde Compostela.