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Rafael comprendía el enardecimiento loco, la conmoción eléctrica de los públicos al verla aparecer entre las rocas de lienzo pintado, haciendo temblar las tablas con su paso vigoroso, elevando con rudeza sobre las blancas alas del casco la lanza y el escudo y lanzando el grito de la walkiria, el ¡hojotoho! que, repetido en el tranquilo huerto, parecía estremecer las calles de follaje con una corriente de entusiasmo.

La alegría de los ejercicios físicos, el enardecimiento ruidoso de las fiestas de la tuerza, agitaba al gentío.

Se explica así que todo enardecimiento religioso haya sido acompañado siempre de un recrudecimiento correlativo de barbarie, lo mismo en la Escocia de Knox que en la Suiza de Calvino o en la España de Torquemada.

Las razas sin patria y los pueblos cansados de tenerla sentían un instantáneo rejuvenecimiento al pensar en aquel país de maravillas, donde se realizaban asombrosas transmutaciones. El holgazán sentíase activo; el apático se agitaba con entusiasmos optimistas; el oprimido por la estrechez del ambiente natal rompía su quiste de rutinas con súbito enardecimiento.

Antes que tal gente mostrase una acerba hostilidad a la muchacha, doña Rebeca la llamó algunas veces «sobrina» con un tono adulón un poco irónico; y todavía, después que la sitió con todo el enardecimiento de un plan completo de campaña, cuando en alguna encrucijada estratégica la quería congraciar, dábale aquel grato nombre de familia y pretendía halagarla con su vocecilla de falsete endulzada en la punta de la lengua.

¡Viva la Virgen! gritaban con el enardecimiento de una lucha en la que habían llevado la mejor parte. ¡A Begoña! ¡A Begoña! aullaba Urquiola agitando el revólver al frente de un grupo. Y las aclamaciones á la Virgen, interrumpíanlas con frecuentes descargas. Sin cesar en sus cánticos, hacían fuego sobre todos los que al borde de la cuesta contestaban á sus aclamaciones con gritos de protesta.

El aire se caldeaba con olores acres, punzantes, bestialmente embriagadores. Los perfumes del explosivo llegaban hasta el cerebro por la boca, por las orejas, por los ojos. Experimentaron el mismo enardecimiento de los directores de las piezas, que gritaban y braceaban en medio del trueno. Las cápsulas vacías iban formando una capa espesa detrás de los cañones. ¡Fuego!... ¡siempre fuego!

Pasaron batallones, escuadrones, baterías, con dirección al Norte, fatigados, sucios, cubiertos de polvo y barro, pero con un enardecimiento que galvanizaba sus fuerzas casi agotadas. Los cañones franceses empezaron á tronar por la parte del pueblo. Grupos de soldados exploraban el castillo y las arboledas inmediatas.

Un enardecimiento belicoso se había apoderado del antiguo «peoncito». ¡Ay, si las mujeres pudiesen ir á la guerra!... Se veía de jinete en un regimiento de dragones, cargando al enemigo con otras amazonas tan arrogantes y hermosotas como ella.

Algunos, con el enardecimiento de su entusiasmo, daban el viva extravagante y heroico de las grandes batallas el que acompaña al populacho armado y patriótico de los «rotos» en sus empresas hazañescas, la aclamación reveladora de un carácter testarudo, capaz de ir adelante por encima de todos los obstáculos. ¡Viva Chile, m...!