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Su empleado, un joven moreno, pobremente vestido, tenía por el contrario el semblante apático; adelantándose como aburrido, puso el libro sobre la mesa dispuesta en mitad de la sala y buscó, sin apuro, el folio en que debía formularse el contrato matrimonial. Una sirvienta corrió a llamar a los novios. Raquel se cubrió la cara con las manos y comenzó a sollozar.

Cuando estaba solo y entregado a sus reflexiones, asustábase de las audacias de su pensamiento; pero oyendo al principal enardecíase, y entre las cenizas de su carácter tímido y apático asomaba el fuego del aventurero. Las contiendas entre don Eugenio y su antiguo dependiente los separaban, y a pesar de hacer la vida bajo el mismo techo, pasaban semanas sin hablarse.

Vestían falda corta, mostrando media pantorrilla y el carnoso pie descalzo, y sus rudas cabezas habrían lucido mucho sosteniendo un arquitrabe como las mujeres de la Caria. El polvillo de la calamina que las teñía de pies a cabeza, como a los demás trabajadores de las minas, dábales aire de colosales figuras de barro crudo. Tanasio era un hombre apático.

En los allegros se sacudía con fuerza y animación, extraña en hombre al parecer tan apático; los ojos, antes sin vida y atentos nada más a la música, como si fueran parte integrante de la flauta o dependiesen de ella por oculto resorte, cobraban ánimo, y tomaban calor y brillo, y mostraban apuros indecibles, como los de un animal inteligente que pide socorro.

Uno nació en Andalucía, otro en Castilla, otro en Cataluña... cada permuta, cada traslado, era señal de un alumbramiento de Manuela, bondadosa y pacífica mujer de carácter apático, que parecía venida al mundo para cuidar una casa y poblar un reino.

Mostrándose muy apático, dijo el pobre chico que lo mismo era tomarlos en Madrid con las algas marinas del Cantábrico, a lo que respondió su mujer con energía: «Eso de las algas es conversación, y aunque no lo fuera, lo que más importa es tomar las brisas».

Las razas sin patria y los pueblos cansados de tenerla sentían un instantáneo rejuvenecimiento al pensar en aquel país de maravillas, donde se realizaban asombrosas transmutaciones. El holgazán sentíase activo; el apático se agitaba con entusiasmos optimistas; el oprimido por la estrechez del ambiente natal rompía su quiste de rutinas con súbito enardecimiento.

Al salir de la Antigua Mansión, fué principalmente este extraño, apático y triste apego á mi ciudad natal, lo que me trajo á desempeñar un empleo oficial en el gran edificio de ladrillos que he descrito, y servía de Aduana, cuando hubiera podido ir, quizá con mejor fortuna, á otro punto cualquiera. Pero estaba escrito.

Por influencia del clima, como ocurre al indio, el moro es apático y abandonado; reservado y suspicaz, pocas veces á entender sus pensamientos, que oculta hasta en lo más insignificante y baladí. Celosos de su nobleza, que fundan en larguísimos abolengos, son extremadamente orgullosos.

Pero a quien iban particularmente dirigidos los tiros era a don Benigno, el teniente párroco, director de las conciencias femeninas de Sarrió, y caudillo de todos aquellos combates librados contra el pecado. El párroco era un hombre apático, viejo ya, que pasaba la vida en una casita de campo que poseía cerca de la población, dejando de buen grado a su teniente el cuidado del rebaño místico.