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Y mientras ella soñaba saboreando el pasado, entusiasmábase Rafael contemplando el retrato de Brunilda, una hermosa fotografía en cuyo robo había pensado más de una vez. Aquella era Leonora; la walkiria arrogante, la hembra fuerte y valerosa, capaz de darle de bofetadas al más leve atrevimiento y de manejarle como un niño.

Miraba los recortes de papel impreso, muchos de ellos amarillos ya por el tiempo, y pasaba ante sus ojos la visión de teatros llenos de elegantes descotes y pecheras rígidas y brillantes como corazas; ambientes caldeados por la luz y el entusiasmo, donde centelleaban ojos y joyas, y en el fondo, con su casco y su lanza, ella, la walkiria dominadora, saludada con aplausos y gritos de admiración.

Por esto cuando Leonora se presentó sobre las tablas un invierno con el alado casco de walkiria, tremolando la lanza de virgen belicosa, prodújose aquella explosión de entusiasmo que había de seguirla en toda su carrera. El mismo Hans se estremeció en su sillón de director, admirando la facilidad con que su amante había sabido asimilarse el espíritu del maestro.

Terminaba el primer acto de "La Walkiria", cayó el telón, y ya encendidas las luces de la sala, buscó el sitio en que debía estar Adriana. Pero apenas creyó distinguirla, el exceso de la emoción le hizo apartar la vista, y se puso a pasearla por todo el teatro, por las mil caras rosadas, los blancos hombros desnudos y los peinados espléndidos cuajados de pedrería.

Rafael comprendía el enardecimiento loco, la conmoción eléctrica de los públicos al verla aparecer entre las rocas de lienzo pintado, haciendo temblar las tablas con su paso vigoroso, elevando con rudeza sobre las blancas alas del casco la lanza y el escudo y lanzando el grito de la walkiria, el ¡hojotoho! que, repetido en el tranquilo huerto, parecía estremecer las calles de follaje con una corriente de entusiasmo.

En el salón estaba Lucía Moreno, sentada al piano, fastidiada porque no podía sacar una pieza de memoria. Muñoz fue a sentarse a su lado. Empezó a divagar extrañamente, bajo la influencia de su obsesión. Haga música triste, Lucía. Por ejemplo, la marcha fúnebre de Chopin, o de Sigfrido. Las amigas que vengan podrían vestirse de Walkirias. ¡Qué terrible sería Adriana transformada en una Walkiria!

La arrogante walkiria, al pasear por el mundo su guerrero manto, había barrido entre aplausos y vítores aquellos ricos testimonios de adoración. Rafael sentía orgullo por ser su amigo; y al mismo tiempo reconocía su pequeñez; se asustaba de su atrevimiento amoroso, exagerando en su imaginación la diferencia que les separaba.

Sin embargo, cualquier día esta corteza rústica, formada por el sol y el aire de los huertos, se romperá en mil pedazos y volverá a aparecer la de siempre, la walkiria. ¡A caballo en seguida! ¡A galopar otra vez por el mundo, entre la tempestad de placeres, aclamada por el coro del deseo brutal!... Presiento que esto va a ocurrir.

En invierno era él quien se entusiasmaba escuchando unas veces su ¡hojotoho! fiero de walkiria que teme al austero padre Wotan; viéndola otras despertar entre las llamas, ante el animoso Sigfrido, héroe que no teme nada en el mundo, y se estremece ante la primera mirada de amor. Pero las pasiones de artista son iguales a las flores por su intenso perfume y su corta duración.