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Pero, peor todavía: al contemplarme así, de arriba a abajo, con mis seis pies de estatura, comprendo de repente por qué me han llamado siempre: «El bueno de Hanckel». Ya en el regimiento decían: «¿Hanckel?... no es un águila, no; pero ¡qué buen muchacho!» Y cuando le ponen a uno esa marca, la vida no es ya más que una larga serie de ocasiones de que uno haga honor a su título.

Esta es la verdad de lo que me sucede; le tengo a usted por buen amigo, y a usted se la declaro. ¿Para qué? me preguntó el médico, muy serenamente, después de contemplarme en silencio unos instantes. Por lo pronto le respondí , para que usted la conozca, y después, para que, si lo tiene a bien, me ayude con su autorizado consejo. ¿A qué? volvió a preguntarme con la misma serenidad de antes.

No me veía harto de pisar el suelo alfombrado, de arrellanarme en los blandos sillones, de contemplarme en los espejos de los armarios, de recrear la vista en los cuadros de las paredes y en los bronces y porcelanas que coronaban los muebles de fantasía o guardaban las artísticas vidrieras, ni de tender mis huesos en la mullida y voluptuosa cama a esperar el sueño, que no tardaba en llegar, como un aleteo suavísimo de geniecillos bienhechores. ¡Qué poco se parecía todo aquello a la casona de Tablanca, tan grande, tan vieja, tan desnuda... y tan fría!

Después de un cambio de ceremonias, de saludos y de reverencias interminables, tomaron las sillas que les presenté y ambos se pusieron á contemplarme con un aire de grave beatitud. Y bien pregunté ¿se terminó? Se terminó respondieron al mismo tiempo. Muy bien añadió la señorita de Porhoet. Maravillosamente agregó el señor Laubepin, añadiendo después de una pausa: El Bevallan se fué al diablo.

Bien queria yo haber proseguido con otras empresas, pero me precisado á no internarme mas: lo primero, por contemplarme muy falto de caballada, que en una marcha tan larga y de caminos tan fragosos la miraba muy aniquilada: lo segundo, por estar cerciorado de las prisioneras, que por todas aquellas serranias eran muchas las tolderias é indiadas que habia: y lo tercero, el tener presente la proximidad de las cosechas de este país.

Habría gozado viendo sus lágrimas de alegría al contemplarme con la mitra en la cabeza.... Yo os he querido siempre; sois una familia excelente, y muchas veces me matasteis el hambre. Calle, señor, calle y no recuerde esas cosas.

Y reposo tan tranquilamente, en el presente, en mi lecho, que a contemplarme se me creería muerto, y podría estremecer al que me viera, creyéndome muerto. Las lamentaciones y los gemidos, los suspiros y las lágrimas son apaciguadas entre tanto por esta horrible palpitación de mi corazón; ¡ah, esta horrible palpitación!

Y en cuanto á la reverencia del pueblo, ¡ojalá que se convirtiera en odio y desprecio! ¿Crees , Ester, que pueda servirme de consuelo tener que subir á mi púlpito, y allí exponerme á las miradas de tantos que dirigen á sus ojos, como si resplandeciera en mi rostro la luz del cielo? ¿Ó tener que contemplar mi rebaño espiritual sediento de verdad y oyendo mis palabras como si fueran vertidas por uno de los escogidos del Eterno, y luego contemplarme yo á mismo para no ver sino la triste y negra realidad que ellos idolatran? ¡Ah! me he reído con intensa amargura y agonía de espíritu ante el contraste que existe entre lo que parezco y lo que soy verdaderamente! ¡Y Satanás se ríe también!

¡Pronto, pronto, una silla! grita la vieja a su niña. ¡Abre los postigos! dice el viejo a la suya. Y agarrándome cada cual por una mano, lleváronme de un trote a la ventana, abierta de par en par, para contemplarme mejor. Acercan los sillones, me instalo entre ambos en una silla de tijera, colócanse detrás de nosotros las dos niñas de azul, y comienza el interrogatorio.