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Pero en aquel instante su pensamiento huía de las escenas de muerte. En torno de él flotaban imágenes risueñas y gloriosas que le infundían una amable alegría que pocas veces había sentido, acompañada de indecible bienestar corporal. Creía sentir un suavísimo calor que irradiaba del corazón hasta las manos y los pies, como si la sumergiesen en un baño de leche tibia.

Hay muchos y buenos coches de alquiler; por las calles de Milan se va en carruaje con mucha comodidad, hay en todas las calles dos listones de baldosa por donde resbalan las ruedas, de modo que el movimiento es suavísimo, y la celeridad grande. En el Corso hay jardines públicos á imitacion de los de Mabille de Paris, pero no tan buenos.

Terminó el sermón, y siguióse luego, y terminó también aquel canto suavísimo, patético grito del pecador arrepentido: ¡Perdón, oh Dios mío!

Madrid estaba convertido en un lodazal; soplaba norte pulmoníaco, y la lluvia, por lo terca y violenta, se burlaba de toda prenda impermeable; pero a don Juan le pareció que caminaba por las secas alamedas de un jardín donde corría suavísimo céfiro y que del cielo caía tibio rocío perfumado, como aquel que un alarife cordobés hizo llover en el serrallo del califa.

Y , por quien las musas aseguran Su partido, DON FELIX ARIAS, siente, Que por su gentileza te conjuran: Y ruegan que defiendas desta gente Non sancta su hermosura, y de Aganipe Y de Hipocrene la inmortal corriente. Consentiras tu á dicha participe Del licor suavisimo un poeta, Que al hacer de sus versos sude y hipe?

Con modesta timidez, que de su ancianidad se originaba, el Barón empezó con suavísimo tiento y cautela a mostrarse enamorado de , pero sin persistir en sus manifestaciones para no cansarme, refrenando su vehemencia para evitar mi enojo, y haciéndolas, cuando las hacía, como por un arranque involuntario y muy a despecho suyo.

Eran las amigas de Lucía Rosarito, la hija de la fondista doña Agustina; Carmen, la sobrina del magistral, y varias doncellas de análoga posición, entre las cuales muchas soñaban con el blando sosiego, con la apacible uniformidad de la vida conventual, y hacían pintura tentadora de las delicias del claustro, del sentimiento suavísimo del día de la profesión, cuando coronadas de flores bajo el cándido velo, se ofreciesen a Cristo, con el refinado dulzor de añadir: «para siempre, para siempre». Oíalas Lucía sin que una sola fibra de su ser respondiese, vibrando, a aquel ideal.

Don Luis, en medio de la calle, a las dos de la noche, iba discurriendo, como ya hemos dicho, en que su vida, que hasta allí había él soñado con que fuese digna de la Leyenda áurea se convirtiese en un suavísimo y perpetuo idilio.

No me veía harto de pisar el suelo alfombrado, de arrellanarme en los blandos sillones, de contemplarme en los espejos de los armarios, de recrear la vista en los cuadros de las paredes y en los bronces y porcelanas que coronaban los muebles de fantasía o guardaban las artísticas vidrieras, ni de tender mis huesos en la mullida y voluptuosa cama a esperar el sueño, que no tardaba en llegar, como un aleteo suavísimo de geniecillos bienhechores. ¡Qué poco se parecía todo aquello a la casona de Tablanca, tan grande, tan vieja, tan desnuda... y tan fría!

El telón cayó entonces, y el público permaneció un segundo mudo, atónito, escuchando aún en aquel silencio que hubiera permitido oír la caída de una hoja, embargado por esa especie de pavor suavísimo que infunde en el alma el sentimiento de lo sublime.