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Desde que, primero la Condesa de Astorgüela, y luego las personas que para ello tenían autoridad en las Hijas de la Salve, le encargaron que procurase quebrantar la entereza de don Luis de Ágreda respecto a su negativa en lo de la cesión del terreno que poseía inmediato al convento, no dejó de pensar en el asunto, pero sin hallar modo de acometer la empresa con esperanza de éxito.

De modo que, por las señas, la Condesa de Astorgüela, lo mismo podía ser una gran dama arrojada por el desengaño a los brazos de la Religión, que una hipócrita de alto rango, o las dos cosas a la vez. Su rostro parecía arrancado de un lienzo de Mengs o de Van Lóo.

Una criada, despedida de la casa porque el rigor del ayuno la hizo blasfemar de Dios y hurtar en viernes de cuaresma restos de solomillo fiambre, propaló por el barrio noticias muy curiosas, según las cuales la Condesa de Astorgüela revelaba empeño de rescatar con la penitencia lo mundano de su vida pasada.

Ella misma le escribió así, de su puño y letra, y en papel timbrado con su escudo: «La Condesa de Astorgüela la Real saluda respetuosamente al capellán don Tirso Resmilla, rogándole se sirva visitarla para encomendarle una buena obraSorprendido Tirso agradablemente, consultó con el cura que le cedió el sermón si debía asistir al llamamiento, y la respuesta avivó su impaciencia.

La de Astorgüela, sentada en una gran butaca, vestida con severa sencillez y expresándose siempre con dulzona amabilidad, recordaba algo las figuras de aquellas mujeres influyentes en la política francesa del siglo XVII de quienes cuentan raras cosas las crónicas: diríase la querida de un cardenal recibiendo a un clérigo provinciano.

Nada pensó respecto a quién había de ser el pastor que recuperase la oveja así conquistada para el redil de Cristo; no soñó con vanagloriarse por tal triunfo, ni paró mientes en las promesas de la Condesa de Astorgüela. Sólo consideró la ocasión de consagrar a Dios un alma arrancada a las impurezas del mundo.

En cambio acaricia la pretensión de que los demás sean rumbosos, y quiere que papá regale o malvenda a unas monjas un terreno que posee fuera de la Puerta de Bilbao. No puedes imaginar las recomendaciones y empeños que andan buscando. ¡Figúrate! ¡A papá con esas! Papá dice que la de Astorgüela es muy mala y que la devoción la hace peor.

El traje de la de Astorgüela era sencillo y negro, de un negro brillante y nuevo, junto al cual pardeaban la sotana y el manteo de Tirso. Lo primero comenzó ella pido a usted mil perdones por mi atrevimiento: debía haber procurado esta entrevista de otro modo, pero deseaba que honrase Vd. mi casa y quería que hablásemos a solas; ante todo, para felicitarle por su elocuencia y su rasgo de valor...

En mi familia está el ejemplo: la Condesa de Astorgüela, que es una parienta nuestra lejana, tiene oratorio en su casa, gasta un dineral en cosas de iglesia y, a sus hermanos, que están casi en la miseria, no quiere darles una peseta.

Había trascurrido un mes desde que salió Pepe de Madrid. Engracia, conocedora de la estrecha amistad que existía entre él y su amante, cuidaba cariñosamente a don José, quien viéndose bien atendido se acordaba poco de los suyos. En la Limosna de la luz, doña Manuela fue ascendida de vigilanta a inspectora, gozando más sueldo y mejor habitación en el domicilio de la hermandad, y a Leocadia se le adjudicó la plaza que dejó vacante su madre, favores que ambas recibieron de la Condesa de Astorgüela, cada día más esperanzada en el éxito de la misión que confió a Tirso.