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Los tres últimos días los pasamos en continuo sobresalto, y por la noche descansábamos un poco, porque yo la dejaba entre ocho y nueve con una asistenta que se acostaba en su propio cuarto, y una criada que quiero como una hija; hace ya más de veinte años que está en la casa y duerme en un cuartito junto a la alcoba; tanto Sofía como yo, nos levantábamos varias veces cada noche para ver cómo estaba y cómo seguía; siempre la encontrábamos esperanzada y jamás hablaba de su hijo; estoy segurísima de que ha obrado así sacrificándose.

Cuanto se refería a las relaciones de Pepe con sus padres, quedó ante los ojos de Paz borrado por aquellas afirmaciones: pidió pruebas, esperanzada con que no se las darían, o ansiosa de poder desmentirlas, y entonces ella misma se prendió en la red que la tendían. ¡Mentira! dijo. Y esa mujer, ¿quién es? ¿Cómo sabe Vd. que él la quiere?

Bien tristemente doy principio a este nuevo libro; mi corazón está destilando sangre por el cruel estado de mi pobre Susana; parecíame que había una pequeña tregua de algunos días, creía que la enfermedad se había detenido en sus progresos; pero ayer, mi desolación llegó a su colmo, al fijarme en la debilidad, en la flaqueza y descomposición de aquella figura, ahora terriblemente transformada hasta el horror... ¡Hija de mi alma! ¡a pesar de todo, se la ve tan dulce, tan tranquila y esperanzada!

El alma de Salvador estaba de rodillas, afanosa y esperanzada, delante de aquel amanecer feliz. Carmen le había dicho: «Espera que yo descanse, espera que amanezca..., espera que salga el sol....» Y llegaba, por fin, la hora bendita, la hora soñada, la sublime hora....

Había trascurrido un mes desde que salió Pepe de Madrid. Engracia, conocedora de la estrecha amistad que existía entre él y su amante, cuidaba cariñosamente a don José, quien viéndose bien atendido se acordaba poco de los suyos. En la Limosna de la luz, doña Manuela fue ascendida de vigilanta a inspectora, gozando más sueldo y mejor habitación en el domicilio de la hermandad, y a Leocadia se le adjudicó la plaza que dejó vacante su madre, favores que ambas recibieron de la Condesa de Astorgüela, cada día más esperanzada en el éxito de la misión que confió a Tirso.

Lo cierto es que, mientras la esperanzada Cristeta veía posible la realización de su ventura, don Juan, puestos en ella los cinco sentidos con amoroso empeño, tomaba la resolución de buscar a don Quintín para que éste le sacase de dudas sobre si era o no verdad lo del casorio, y pensando en él se decía: «Está visto que ese pobre majadero ha nacido en provecho míoCapítulo XVIII

Muy de mañana, yerto de frío y nervioso de impaciencia, esperó a Julia en la Plaza Mayor, viéndola llegar como el reo de muerte a quien le trae el indulto. La chica venía esperanzada en que sus palabras se trocarían pronto en buena propina, y sin dar tiempo a que él desplegase los labios, dijo: Hoy que tengo cosas que hablar con usted. Pero ¿qué le ha hecho usted a mi señorita?