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¿Qué le sucede a Martín?... ¡Infeliz! El rostro se le pone amoratado y se congestiona, las venas de la frente se hinchan, los ojos parecen querer saltar de sus órbitas, una espuma blanquecina aparece en los labios.

Las orillas del Mamoré se encuentran ya desnudas en este parage de selvas antiguas, y por todas partes ofrecen terrenos de aluvion, en donde se cria la planta que los Españoles han llamado chuchio , así como el lambaiva, cuyas hojas blanquizcas y recortadas en forma de dedos resaltan sobre el verde tierno de los sauces, ó sobre el verde amoratado de los lisos.

Una noche, al retirarse después de acompañar a Tónica y su amiga en su paseo por la feria, encontróse en la puerta de casa con su hermano Rafael, que se llevaba el pañuelo al rostro como para ocultar algo que le molestaba. Arriba, a la luz del comedor, vio a Rafael con un ojo amoratado y las narices sucias de sangre.

D. Luis, por encima de la mesa, que estaba entre él y el conde, con agilidad asombrosa y con tino y fuerza, tendió el brazo derecho, armado de un junco o bastoncillo flexible y cimbreante, y cruzó la cara de su enemigo, levantándole al punto un verdugón amoratado. No hubo ni grito, ni denuesto, ni alboroto posterior. Cuando empiezan las manos, suelen callar las lenguas.

Batiste, escudriñando la taberna, se fijó en el dueño, hombrón despechugado, pero con una gorra de orejeras encasquetada en pleno estío sobre su rostro enorme, mofletudo, amoratado. Era el primer parroquiano de su establecimiento: jamás se acostaba satisfecho si no había bebido en sus tres comidas medio cántaro de vino.

Gláfira tenía un círculo amoratado de la extensión de un dirhem. Más de un año dijo Abu Hafáz tardará en borrarse ese signo. ¿Cómo has de atreverte a volver con él a la presencia de tu antiguo amo? Ya eres mía; pero antes de que se borre la marca con que te he sellado, conquistaré un trono y serás reina conmigo.

Las ocho de la mañana serían ya bien sonadas cuando el señorito Octavio abrió los párpados despegándose del sueño febril que le embargara desde el amanecer. Muy lejos de concederle descanso y reparar sus gastadas fuerzas, le dejó más inquieto y molido que nunca: las mejillas pálidas; un círculo oscuro, amoratado en torno de los ojos.

Su rostro, ordinariamente un poco amoratado, se oscureció de tal modo que parecía el de un estrangulado. Al fin, sin terminar la lectura, cayó en el sillón presa de un ataque que le privó del sentido. Y por entrambas vías su naturaleza pletórica comenzó al instante a desahogarse de tan formidable manera, que sólo un médico que asistía a la reunión en calidad de socio osó acercarse a él.

¡Basta! deja esa luz ahí, vete interrumpió la Regenta. Petra insistió gozándose en la disimulada cólera de su ama. ¿Quiere usted, que traiga árnica, señora? Mire usted, tiene el brazo amoratado... ya lo creo... apenas mordería con fuerza ese demonio de guillotina... pero, ¿qué será eso? ¿usted lo sabe? Yo... no... no; déjame. Tráeme un poco de agua.

Cuéntase, en efecto, que era de demasiada grandeza, corva en la mitad y toda llena de verrugas, de color amoratado, como de berenjena; bajábale dos dedos más abajo de la boca; cuya grandeza, color, verrugas y encorvamiento así le afeaban el rostro, que, en viéndole Sancho, comenzó a herir de pie y de mano, como niño con alferecía, y propuso en su corazón de dejarse dar docientas bofetadas antes que despertar la cólera para reñir con aquel vestiglo.