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Eran parejas que abandonaban el baile por un momento para respirar en la cubierta. Los jóvenes se abanicaban con un papel la faz congestionada, despegándose de la carne el cuello de la camisa, reblandecido por el sudor. Ellas respiraban con ansiedad, llevándose las manos al escote, pero inmediatamente huían de esta frescura para correr al horno del salón, atraídas por un nuevo vals.

Y con los codos se abrió paso entre la muchedumbre, despegándose de la espalda de Spadoni, que seguía con ojos de hipnotizado los tesoros crecientes de la duquesa. Lubimoff dió un paseo por el salón. Despreciaba el egoísmo de Alicia, pero carecía de fuerzas para marcharse. Necesitaba estar cerca de ella; quería convencerse de hasta dónde podía llegar su insensibilidad.

Su rostro moreno tomó una palidez de ceniza. «¡Cristo!... ¡la de NápolesEl no sabía quién era la de Nápoles, no la había visto nunca, pero tenía la certeza de que llegaba como un estorbo fatal, como una calamidad inesperada. ¡Tan bien que marchaban las cosas!... El capitán hizo girar su sillón, despegándose de la mesa, y en dos saltos salió á la cubierta.

Las ocho de la mañana serían ya bien sonadas cuando el señorito Octavio abrió los párpados despegándose del sueño febril que le embargara desde el amanecer. Muy lejos de concederle descanso y reparar sus gastadas fuerzas, le dejó más inquieto y molido que nunca: las mejillas pálidas; un círculo oscuro, amoratado en torno de los ojos.

El sol hacía crujir las cortezas de los árboles y estallar las simientes olvidadas a flor de tierra; danzaban como chispas de oro los insectos zumbadores en las barras de luz que perforaban el follaje; caían con blando chapoteo, de tarde en tarde, los higos maduros despegándose de las ramas; sonaba a lo lejos el arrullo del mar, batiendo las rocas al pie de la muralla; y en esta calma poblada de murmullos seguía Febrer disparando pistoletazos.

¡Lo robaría! clamó la señá Eufrasia . Si éste quisiera, lo tomaríamos como nuestro... Me llevaría todos los chicos que veo. Las voces de la mujerona hicieron volver la cabeza a otros grupos lejanos, despegándose de ellos algunos hombres al reconocer a don Isidro.