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Actualizado: 27 de julio de 2025
A través de los intersticios de aquel velo que abrían y cerraban las Horas á gusto del sueño, contemplaba éste el mar, la tierra, las ciudades y los pueblos. Sobre la cabeza de aquellos hombres que se agitaban, suspendía el inflexible destino, decidía la vida ó la muerte, distribuía á su antojo benéfica lluvia ó rayo vengador. Ninguna lamentación de abajo turbaba á los dioses en su quietud eterna.
Al verme llegar temblaban los dueños de los Casinos, los empleados y hasta las mesas verdes. «¡Viva el vengador!», gritaban en el atrio los que habían perdido su dinero. Pero yo pasaba adelante, impasible como un dios, sin hacer caso de estas ovaciones de la canalla. ¡Figúrese usted lo que le costaría ganar al poseedor del secreto de los errores infinitesimales!
Más adelante, cuando recogiesen las cosechas, prendería fuego a los pajares, incendiaría los cortijos, envenenaría los ganados de las dehesas. Los que estaban en la cárcel, esperando el momento del suplicio, Juanón, el Maestrico y los otros desgraciados que morirían en garrote, iban a tener un vengador.
Los de La Rinconada asentían mudamente. Ya lo sabían ellos. Había que callar la visita, para evitarse molestias, como lo hacían en todos los cortijos y ranchos de pastores. Este silencio general era el auxiliar más poderoso del bandido. Además, todos estos hombres del campo eran admiradores del Plumitas. Su rudo entusiasmo lo contemplaba como un héroe vengador. Nada malo debían temer de él.
Rosell, el docto Rosell, cuya prosa sólo puede rivalizar con sus versos; Escosura, siempre elocuente en sus escritos, siempre chistoso en su conversacion, siempre benévolo con la juventud de que eternamente formará parte; Arteche, el severo, inimitable historiador de la Guerra de la Independencia, el narrador ameno de la vida de Un soldado español de veinte siglos; Valera, el naturalmente correcto autor de Pepita Gimenez; Campoamor, el que hasta nombre ha tenido que inventar para su poesía, tan singular y extraña como avasalladora del ánimo y de la atencion; Oliván, el hablista rival de Cervantes y de Moratin, el que posee en su pluma una varita mágica que hace brotar poéticas flores sobre los problemas económicos y sobre las leyes agrícolas; Balart, el ingenioso crítico que vuelve sobre su olvidada pluma para terror de los poetas chirles, para regocijo de los que arrancan un elogio á su censura severa y sana; Canalejas, el ameno preceptista; Selgas, el incansable rebuscador de retruécanos y paradojas, el terrible censor de las modernas costumbres; Nuñez de Arce, el viril cantor de las angustias de la patria; Silvela, el fino y cáustico Velisla; Frontaura, el ingeniosísimo retratista del pueblo; Luis Guerra, el biógrafo, el vengador del autor insigne de La verdad sospechosa; Castro y Serrano, el que fué á Suez sin moverse de Madrid, el que escribió las Cartas trascendentales, y La Capitana Coock y Las Estanqueras; Alarcon, el Testigo de la guerra de África, el viajero De Madrid á Nápoles... Mil más que convierten el grupo de los escritores que tienen ya basada en sólido cimiento su reputacion, en un inmenso océano de cabezas.
Esta ira, consejera tremenda, tal vez los ha persuadido de que era menester que los pueblos sudaran sangre bajo la presión divina, y ha traído a sus encarnizados ojos la visión de Isaías; y han visto y han hecho ver a sus secuaces fanáticos al manso Cordero convertido en vengador inexorable, descendiendo de la cumbre de Edón, soberbio con la muchedumbre de su fuerza, pisoteando a las naciones como el pisador pisa las uvas en el lagar, y con la vestimenta levantada, y cubierto de sangre hasta los muslos. ¡Ah no, Dios mío!
Cuando se acaricia los labios con su lengua de gata, es capaz de saltar por encima del vengador de la Pampa que tanto miedo le infunde. Otra vez los ojos negros de la madre, ojos abultados y dulces, que recordaban la mirada lacrimosa de los llamados andinos, se fijaron en la hija con una severidad titubeante. «¡Nélida!», volvió a gritar.
Pero el pueblo era, sin darse cuenta de ello, el vengador del pasado, Aresti, que vivía en contacto con la masa, apreciaba la simplicidad de sus ideas, el instinto paladinesco que la impulsaba á ser la ejecutora de una revancha histórica.
iAyi hombre perdido! ?que teneis que tratar con semejantes huespedes? tiemblo por vos, ?porque os mira fijamente y vos a el? iAh! vedle que descubre su rostro, las cicatrices del rayo vengador estan grabadas sobre su frente, y en sus ojos brilla la inmortalidad del infierno. iLejos de aqui!... ?Cual es tu mision? Ven. ?Quien eres, espiritu desconocido? habla, responde.
El pródigo disipa sus riquezas en los placeres y en la ostentacion: pero no tarda en encontrar un vengador de sus desvaríos en la pobreza andrajosa y hambrienta, que le impone en vez de goce privaciones, en vez de lujosa ostentacion escasez vergonzosa.
Palabra del Dia
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