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Actualizado: 6 de junio de 2025


Los sitiados los rechazaron tambien con felicidad por todas partes, sin embargo de haberse empeñado mas particularmente contra la citada trinchera que defendia Cáceres, situada á las espaldas de la iglesia de San Juan, considerándola con fundamento mas endeble que las otras, porque la escasez de tiempo, y el cansancio de la guarnicion, no habia permitido repararla completamente.

Luego salían, iban a echar una ojeada a la trinchera, volvían a calentarse, y todo el mundo, al recordar a Riffi, sus alaridos cuando se le iba el caballo y sus gritos de angustia, se reía hasta desternillarse. Eran las once. Aquellas idas y venidas duraron hasta mediodía, momento en que Marcos Divès penetró rápidamente en la sala gritando: ¡Hullin! ¿Dónde está Hullin? Aquí estoy. ¡Pronto, ven!

Ambos comenzaron a caminar por detrás de los parapetos, siguiendo una trinchera, abierta en la nieve dos días antes. La nieve, endurecida por la helada, se había convertido en hielo. Los árboles, tumbados delante y completamente cubiertos de granizo muy denso, formaban una barrera infranqueable, que alcanzaba una anchura de cerca de seiscientos metros. El camino cortado pasaba por debajo.

Se confundían en alegre discordancia las diversas músicas. Pasaban parejas amorosas, perdiéndose en la obscuridad; guerreros de remotos países que abarcaban con un brazo el talle de una mujer. ¡Tan lejos!... ¡tan lejos! seguía suspirando la vieja. Vió de pronto un soldado que le sonreía, un soldado todo blanco desde el casco de trinchera hasta los gruesos zapatos.

Pepe no le vio; pero Pateta se fijó en él y hubo un momento en que, interrumpidos los disparos carlistas, el gatera madrileño, que iba trepando cuesta arriba como una alimaña del monte, oyó clara y distinta la voz de aquel hombre que, agitando furiosamente el sable, gritaba a los de la trinchera: ¡Quietos ahora! ¡quietos, y luego tirar a los oficiales!

Iban atravesando la trinchera, llena de muertos, levantando los pies al sentir algún objeto blando, cuando oyeron una voz ahogada que decía: ¿Eres , Materne? ¡Ah! ¡Pobre amigo Rochart, perdón! respondió el cazador inclinándose ; ¡te he tocado! Pero ¿cómo? ¿Estás todavía aquí? ... No puedo andar..., porque me faltan las piernas.

Esto es imposible; pero lo que no es imposible es la igualdad ante la ley. Nueva retirada, nueva trinchera; vamos allá. La ley dice: el que contravenga sufrirá la multa de mil reales, y en caso de insolvencia diez dias de cárcel. El rico paga los mil reales, y se rie de su fechoria; el pobre que no tiene un maravedí, expia su falta de rejas adentro. ¿Dónde está la igualdad ante la ley?

La señora de Aymaret consiguió vencer esta última trinchera revelándole el secreto culto que le rendía la linda millonaria, clase de lisonja a que todo hombre es siempre sensible. Pero, en fin dijo Pedro, ya completamente arriado el pabellón , ¡no es cosa de irse esta noche misma!... ¿Supongo que me concederá usted algunos días para arreglar mis asuntos?

4 David, por tanto envió espías, y entendió por cierto que Saúl venía. 5 Y se levantó David, y vino al sitio donde Saúl había asentado el campamento; y miró David el lugar donde dormía Saúl, y Abner hijo de Ner, general de su ejército. Y Saúl dormía en la trinchera, y el pueblo estaba por el campamento en derredor de él.

Una trinchera bien ancha separaba las dos mitades: por medio de la trinchera cruzaba la vía férrea. El encanto silencioso, la dulzura agreste, la amable soledad de aquel retiro habían desaparecido. D. Félix lo rodeó todo lentamente. Apoyándose en su bastón miraba con terrible insistencia aquella brecha que la piqueta del progreso había abierto en su campo.

Palabra del Dia

rigoleto

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