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Al día siguiente hablaba con sonrisa bonachona de una importante cantidad que debería pagar por haber garantizado con su firma á un «conocido», en completa insolvencia: «¡Pobre! ¡Peor es su suerte que la míaAl encontrar en un camino la osamenta de una oveja recién descarnada, parecía enloquecer de rabia.

Esto es imposible; pero lo que no es imposible es la igualdad ante la ley. Nueva retirada, nueva trinchera; vamos allá. La ley dice: el que contravenga sufrirá la multa de mil reales, y en caso de insolvencia diez dias de cárcel. El rico paga los mil reales, y se rie de su fechoria; el pobre que no tiene un maravedí, expia su falta de rejas adentro. ¿Dónde está la igualdad ante la ley?

Otros, al confesar su insolvencia, invocan el nombre sagrado de la familia, piden plazos, ofrecen una satisfacción probable, entregando su crédito en rehenes, en medio de las lamentaciones en que su dignidad, herida por la desgracia, estalla; pero éste, un falsificador de votos, gran matachín de elecciones, actor principal en todos los enjuagues políticos y picardigüelas de su parroquia, títulos todos que le facilitaron la entrada al Congreso y le aseguraban el ascenso a la primera poltrona ministerial vacante, le había dado con la puerta en las narices, acompañando la acción con estas palabras: Déjeme usted en paz; ¡qué gringo más impertinente y más j...! No tengo dinero, ¿quiere que vaya a robarlo a los caminos?

El viejo Brull, que por avaricia y por prudencia, tenía a su hijo a media ración como él decía sólo le enviaba el dinero justo para vivir; pero víctima a su vez de aquellas malas artes con las que otro tiempo explotaba a los labriegos, había de hacer frecuentes viajes a Valencia, buscando arreglo con ciertos usureros que hacían préstamos, al hijo en tales condiciones, que la insolvencia podía conducirle a la cárcel.

Un centro de plata, dos bandejas del mismo metal y una tetera que la señora mostraba con orgullo, habían ido a la casa empeñadas también por una amiga íntima y allí se quedaron por insolvencia. Maximiliano se había enterado de muchos pormenores concernientes a los manejos de su tía.

Los dos clientes se encogen de hombros y se marchan a ver los telegramas expuestos. En la primera alza las vendemos dice Jacinto. Y el alza vendrá en pocos días contesta Quilito convencido; ¡ya lo verás! Las ideas de pérdida y de insolvencia que, a pesar suyo, se entrechocan en su cerebro, les produce desagradable comezón. Si pierdo piensa Jacinto, pagará el viejo.