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Actualizado: 24 de mayo de 2025


A la vuelta se apeó del tranvía frente al Retiro, paseó un rato, y mucho antes de llegar la noche se fue a su casa. Allí se encontró una carta, fechada en la cárcel, que decía: «Mi respetable y amada protectora: Desde hace tres días me hallo en este lugar vergonzoso, tratado como un criminal.

Periquito, ¿te gusto?... ¿Que alce la careta?... ¿Para qué lo necesitas? no te enamoras de las caras y haces bien. ¡Teniendo de aquí... y de aquí! ¿Eh? Adiós, adiós, Periquito. Hola, Delaunay... Hola, monsieur. ¿Cómo va ese tranvía aéreo? ¡Qué cosas se te ocurren! ¡Qué gran cabeza tienes! ¡Lástima que seas tan desgraciado! Dicen que no eres hombre práctico.

A me da la idea de que ha ido en tranvía y de que está allí un poco azorado, como en una visita de cumplido. Sus personajes la anciana de la cofia, la niña que tiene el pecho de cristal, etc. le rodean, y según decía la admiradora desconocida, parece que están hablando. Parece que están hablando y hablando en prosa, y esto es lo malo, porque en escultura no se debe hablar.

Era un gemido que ensanchaba su intensidad; un triángulo sonoro, con el vértice en el horizonte, que se abría al avanzar, llenando todo el espacio. Luego ya no fué un gemido, fué un bronco estrépito; formado por diversos choques y roces, semejantes al descenso de un tranvía eléctrico por una calle en cuesta, á la carrera de un tren que pasa ante una estación sin detenerse.

Y á las tres de la tarde tomó un tranvía, que le condujo á los nuevos barrios surgidos al pie del Tibidabo. La burguesía comercial había cubierto estos terrenos con una floración arquitectónica hija legítima de su fantasía. Tenderos y fabricantes querían tener una casa de placer llamada «torre» tradicionalmente para descansar los domingos y hacer alarde al mismo tiempo de su prosperidad.

Es un vestido de hace dos años; está tan viejo, que se rompe con solo mirarlo... Inconvenientes de pasear con una pobre. Después la preocupó este rasguño tan visible. Iba á entrar en Monte-Carlo, á pie ó en tranvía; ¡qué dirían viéndola en tal estado! Un alfiler; ¿tienes un alfiler?

Los paseítos por la noche para tomar el tranvía del barrio; las excursiones a algún teatro de verano; las tertulias en casa de Samaniego o de Rubín; las garatusas del crítico en la calle; la romántica figura de Olimpia colgada en el balcón como una muestra o insignia que dijera: «aquí se ama por lo fino»; las extravagancias de Ballester; los espasmos de Maxi, todo continuaba repitiéndose de día en día con regularidad de programa.

Al bajar del tranvía, en Monte-Carlo, dejó á su izquierda el Casino, para seguir por los bulevares altos. Iba primeramente en busca de Spadoni, por ser el que habitaba más cerca. Además, éste debía saber el paradero de Atilio mejor que Novoa. Tal vez vivían juntos. Conocía vagamente su domicilio por las burlas de Castro. El pianista era «guardián de una tumba» sobre el barranco de Santa Devota.

En una de las paradas, al final de un trayecto del tranvía, Krilov debía descender; pero la muchacha no lo hizo, y él le dijo en voz alta al conductor: Deme usted un billete hasta la parada próxima.

Era el soldado que critica, rezonga y habla contra sus oficiales mientras cumple sus órdenes. En la vida civil debía haber sido el antipático rebelde que no concede su aprobación á nada. Al cruzarse sus ojos con los de Castro, experimento éste un sentimiento de repulsión. Adivinó al hombre con el que se tiene irremediablemente un choque en la calle, en el tranvía, en el teatro.

Palabra del Dia

bagani

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