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Actualizado: 24 de junio de 2025


Y comprendió el gesto triste de su boca pálida, que colgaba con desaliento entre dos profundos surcos verticales. «¡Lo que esos ojos habrán visto!», continuó pensando. Pero los ojos no querían acordarse, y le sonreían, contentos del momento presente. Acababa de salir de un gran hotel convertido en hospital y esperaba el tranvía para ir á Mentón.

Al mismo tiempo Juan pone una cara muy afligida, y llevándola dentro del portal del Fiel Contraste, le dice: «Me he arruinado, chica, y para mantener a mis padres y a mi mujer, estoy trabajando de escribiente en una oficina... Pretendo una plaza de cobrador del tranvía. ¿No ves lo mal trajeado que estoyFortunata le mira, y siente un dolor tan vivo como si le dieran una puñalada.

Y mientras él se alejaba, en la esquina de la Catedral aparecía, el honrado y pacífico míster Robert, en busca de su tranvía, el de la luz roja; el día ha sido malo, el trabajo rudo y piensa con delicia en el hogar, donde va a encontrar el descanso del cuerpo y del espíritu. Pasa la luz verde, la azul, la anaranjada, pero la roja no se columbra todavía.

Abandonaba su tarea de escoger en los montones de basura y hacía sentar a Maltrana en el mejor mueble de la casa, un banco procedente de un tranvía viejo que había comprado por entero con la ayuda de su camarada el señor Polo: magna empresa para la que juntaron sus capitales. La señora Eusebia no podía ver a Isidro sin lamentar inmediatamente la triste suerte de su hija.

Hacía un frío de todos los diablos, pero el cupé de don Benito estaba a la puerta; nos encerramos en él y empezamos a deslizarnos sobre los rieles del tranvía a todo trote.

La más leve emoción representaba la muerte para él...» Lubimoff no podía decir la verdad. Su secreto era de Alicia. Unicamente los dos sabían quién era aquel prisionero muerto en Alemania; y mientras ella callase, él debía hacer lo mismo. Una noche, el coronel le dió una noticia interesante. Al caer de la tarde, cuando regresaba del Casino, había visto desde el tranvía á la duquesa de Delille.

Pero los mecánicos también hacían la guerra, y además no había esencia y era necesario un permiso para correr por los caminos... Total: que había tenido que esperar el tranvía de Mentón ante la verja de su jardín. Una novedad para él, un medio de locomoción interesante. Creyó caer en un mundo olvidado al verse entre los pasajeros populares. Le molestaba la curiosidad general.

Esperó un momento a ver si sólo iba a dejar algún recado, y como no saliese se alejó tranquilamente en dirección a la plazuela de Santa Cruz. Se detuvo en un puesto de flores. La florista, al verle llegar, le sonrió como a un antiguo parroquiano y echó mano al ramo de rosas blancas y violetas que sin duda estaba ya preparado para él. Dirigióse a la Plaza Mayor y tomó el tranvía de Carabanchel.

Se pensaba también que sus mejillas habían conocido las lágrimas; lágrimas dolorosas y amargas. Había algo de nervioso y de inquietante en sus movimientos: el rostro era alegre y sonreía; pero el piececito, calzado con un chanclo deteriorado y sucio de barro, hería nerviosamente el suelo, como si quisiera acelerar la marcha del tranvía, que avanzaba muy despacio.

Notaron, , de súbito, una cosa inexplicable y fenomenal. Todas las figurillas del Nacimiento se movieron, todas variaron de sitio sin ruido. El coche del tranvía subió á lo alto de los montes, y los Reyes se metieron de patas en el arroyo. Los pavos se colaron sin permiso dentro del Portal, y San José salió todo turbado, cual si quisiera saber el origen de tan rara confusión.

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